Cebada

Alfre­do Argi­lés 

En la Epo­pe­ya de Gil­ga­mesh, com­pues­ta hace más de tres mil sete­cien­tos años, se escri­be que cuan­do Uta-napishi­­ti el Lejano, cons­truc­tor de la bar­ca que sal­va­rá al mun­do del Dilu­vio Uni­ver­sal, ter­mi­na la her­mo­sa nave, dice a los arte­sa­nos que le ayu­da­ron a cul­mi­nar­la: “Para mis tra­ba­ja­do­res sacri­fi­qué bue­yes, / y cor­de­ros maté a dia­rio. / Cer­ve­za, cer­ve­za fina, acei­te y vino / di a mis tra­ba­ja­do­res como agua de un río, / para que dis­fru­ta­sen de un fes­tín como en los días del Año Nue­vo.”

Sin embar­go, los egip­cios, igno­ran­tes del poe­ma, pen­sa­ban que el dios Osi­ris había olvi­da­do una ceba­da ger­mi­na­da, que había coci­do en las puras aguas del Nilo, de la cual el sol había hecho una pas­ta que había fer­men­ta­do y que el dios bebió, y des­cu­brió que había des­cu­bier­to la cer­ve­za, y en su con­ten­to la rega­ló a los hom­bres.

No nos que­da cla­ro, des­pués de tan­to des­cu­bri­mien­to suce­si­vo, a quien debe­mos el pla­cer de la cer­ve­za, aun­que si pare­ce meri­diano que su anti­güe­dad es mucha, y que el pla­cer que encon­tra­ron los hom­bres al tomar­la tam­bién.

Lo que tam­bién sabe­mos es que su fabri­ca­ción depen­de de la ceba­da, grano de infe­rior cali­dad que el tri­go, pero al que sus­ti­tu­yó en abun­dan­tes oca­sio­nes para que los pue­blos se ali­men­ta­sen de pan. Tar­dó en lle­gar a Euro­pa, pero cuan­do se com­pro­bó que su cul­ti­vo se logra­ba con más faci­li­dad que otros cerea­les en los sue­los pobres, la Gre­cia clá­si­ca se lle­nó de cam­pos de espi­gas, y los filó­so­fos pudie­ron dedi­car­se a sus lucu­bra­cio­nes ya que tenían de qué comer.

Lo mis­mo suce­dió en los amplios y fríos cam­pos que rodean al Tíbet, cuya cul­tu­ra y expan­sión fue­ron posi­bles por el ali­men­to que les pro­cu­ra­ba, tan­to es así que aun es posi­ble sedu­cir­se con las bolas que con su hari­na fabri­can, y que comen con delec­ta­ción, moja­das, cla­ro, en cer­ve­za.

Es más ren­ta­ble su uti­li­za­ción para hacer pien­sos ani­ma­les, y en pri­mer lugar para su trans­for­ma­ción en alcoho­les, de los que la cer­ve­za se lle­va la pal­ma.

No obs­tan­te la ceba­da es un ali­men­to que se cul­ti­va en la actua­li­dad por doquier, en espe­cial en las gran­des plan­ta­cio­nes que poseen las lla­nu­ras de Rusia, en Cana­dá, en Ucra­nia y en Tur­quía, aun­que su con­su­mo direc­to en for­ma de pan por el hom­bre está muy limi­ta­do. Es más ren­ta­ble su uti­li­za­ción para hacer pien­sos ani­ma­les, y en pri­mer lugar para su trans­for­ma­ción en alcoho­les, de los que la cer­ve­za ya hemos indi­ca­do que se lle­va la pal­ma, pero sin olvi­dar otros de mayor gra­dua­ción y pre­cio, como la gine­bra que des­ti­lan los holan­de­ses; o como el whisky.

Por­que hablan­do del whisky, debe­re­mos saber que la ceba­da com­po­ne la mayo­ría de los que se hacen en Irlan­da y en Esco­cia, que no así los bour­bon esta­dou­ni­den­ses que son de maíz, y su his­to­ria se remon­ta a muchos siglos atrás. La ceba­da se mal­tea, se tues­ta, se des­ti­la y sur­ge el alcohol, que debe­rá pasar, si la pre­ten­sión es de cali­dad, por su enve­je­ci­mien­to en barri­cas que le darán las últi­mas y pri­mor­dia­les suti­le­zas. Por­que fábri­cas de whisky en Esco­cia hay pocas, pero afi­na­do­res –como se lla­ma a los exper­tos en el resul­ta­do final- muchos, que reco­rren el mun­do bus­can­do las made­ras que harán feli­ces a sus parro­quia­nos. Las que con­tu­vie­ron vino: Jerez, Opor­to…

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