Fernando Molina con Miguel Barrera.
Alta sinceridad en la mesa
Maje Martínez
Un buen cocinero no tiene por qué ser un buen pastelero. Lo de la intuición en pastelería es harto complicado, y la pastelería es un arte casi alquímico que poco deja a la intuición. De hecho, muchos son los y las grandes chefs que, por tiempo, gusto o miedo, delegan esta partida en manos expertas y formadas para rematar sus menús con postres y petit fous a nivel. Sin embargo, un pastelero o pastelera suele ser un buen chef. Tal vez por tener interiorizada la técnica, la ortodoxia, el cálculo, el equilibrio y la estética como forma de crear. Al menos así es mi apreciación, pues son ya unos cuantos talentos emergentes que arrancaron en el mundo de la pastelería y se inquietaron por la cocina partiendo de esa base sobradamente preparada, lo cual se nota en cada propuesta.
Pues éste es el caso de Fernando Molina, chef y propietario de La cuina de Fernando, un espacio encantador en pleno Castellón en el que además de un ambiente donde no faltan materiales nobles, cortinajes, mobiliario, mantelerías, menaje y cristalería muy cuidados, se deja ver alguna obra del lugareño Ripollés, quien también es cliente de esta casa. Nada es casual.
Fernando arrancó su andadura como pastelero emprendiendo con 18 años en una pastelería familiar sin dejar de formarse en grandes escuelas de pastelería nacionales e internacionales, como L’Ecole du Gran Chocolat o Dekora, entre otras. Su inquietud le hizo adentrarse en el mundo de la cocina, aplicando sus conocimientos y técnicas pasteleras de forma intuitiva. Tanto es así, que en 2003 decide montar un salón junto al obrador de pastelería familiar y probar suerte como cocinero.
Tras cinco años de prueba-error y un stage en el restaurante Hoffman de Barcelona, Fernando se siente seguro de dar el salto al su propio proyecto, restaurando una casa centenaria en la calle Sanahuja de Castellón. Compagina la actividad de su “cuina” con asesoramientos, gestión externa de proyectos gastronómicos (como Tee Restaurant o la Tasca Desoca, entre otros) y representación de marcas, así como colaboraciones en formación; nada raro teniendo en cuenta los altibajos del sector y la necesidad de diversificar.
Aun así, Fernando siempre es fiel a su filosofía más allá de modas, y mantiene una cocina pegada a su origen, su territorio, su tradición y sobretodo sus antepasados- la abuela y la bisabuela que guisaban a los compradores de ganado de paso en Mas de Trencalabres…- eso sí, Fernando no renuncia a darle una vuelta desde el respeto. Algo que magistralmente califica como cocina #desoca (de cepa), y que se convierte en la etiqueta de su trayectoria en los últimos años por esa cercanía a la tierra, a la raíz.
Si entré por primera vez en La cuina de Fernando, no fue por los focos, las guías o las campañas turísticas; fue por prescripción de Miguel Barrera, gran referente en la provincia de Castelló, con una Estrella Michelín y dos soles Repsol en Cal Paradís (Vall d’Alba), coincidiendo con el Concurso Profesional Arrocito de Castelló que el propio Miguel dirige. Admiro profundamente a Miguel por su trayectoria en la alta cocina de Castelló, en parte por haber sido uno de los primeros en conseguir grandes reconocimientos internacionales y mantenerlos durante años en una localidad de interior, sin muchedumbre de paso y a cerca de 40 minutos de la capital; todo un reto a reconocer. Miguel aprecia a Fernando como a otros cocineros y cocineras de la provincia que despuntan en la gastronomía pero que todavía no son suficientemente visibles como para despertar el destino gastronómico, y creo que por eso el chef de Vall d’Alba ha asumido un rol de embajador y expone a estos talentos emergentes de su tierra, como ya hizo en Valencia con motivo de Mediterránea Gastrónoma. Le honra.
Un reservado impecable, con mantelería de hilo bordada con la palabra “Desoca” nos adelanta la experiencia, no sin antes reparar en una biblioteca de grandes obras gastronómicas (Fernando es de los formados e informados). Unas rosquilletas caseras sobre una pizarra nos esperan. Arrancamos con un clásico aperitivo en la casa: “La coca de Fernando”, una coca tradicional de tomate que se sirve en vaso para degustar en cuchara de abajo para arriba. Reconozco que no soy muy amante de las deconstrucciones, pero en el caso de esta coca, el sabor y la potencia del tomate confitado y la crema de pimiento tienen suficiente autoridad para comerse en cuchara y dejar discreta tierra de masa en la parte superior de la elaboración.
La gambita blanca de lonja del Grau de Castelló con aliño de cebiche, mango y clemenules es un trago fresco de mar y huerta, donde destaca una textura perfecta y un sabor impecable. Acidez controlada e ingenio en la ejecución.
A continuación entra un atrevido cremoso de queso “El Miracle de les coves de Vinromà” con tartar de atún al natural, crema de berenjena y pimiento a la brasa. “Atrevido” porque no es habitual trabajar con una base láctea tan potente con un atún rojo (no soporto esos niguiris con queso de untar que están tan de moda…), pero he de reconocer que en el caso de la propuesta de Fernando, el queso y el atún están perfectamente controlados y equilibrados. Es reseñable el gran potencial del producto agroalimentario de calidad en la provincia de Castellón, donde se combina el “Peix de llotja” como marca propia en el Grau y su playa, la huerta de La Plana y los productos de monte y la sierra en una de las provincias más montañosas del país. Despensa completa.
Y la lonja vuelve a aparecer como parte de “la soca” (la cepa) de Fernando, con este taco casero de sepia bruta con emulsión de alioli y pimentón de la Vera. La “sepieta de puntxa” es un producto habitual en la gastronomía costera de Castellón, y Fernando la clava en cuanto a textura y sabor. Un guisito típico que bien se convierte también en protagonista de muchos almuerzos tan típicos en la provincia.
Para terminar, esta ocasión, lo hacemos con la Paletilla de cordero del Maestrazgo confitada en su jugo con hierbas frescas de la montaña. El cordero es también uno de los productos tradicionales del interior de Castellón y he de decir que tengo algunas paletillas grabadas en la memoria disfrutadas en grandes mesas de esta provincia, como la de El Pairal o la de Vinatea (en Morella). Aunque no lo identifiquemos- todavía- Castellón es tierra de Cordero, y muestra de ello es que jóvenes ganaderos que están recuperando el oficio del pastor trashumante en la Sierra d’Irta, con un producto ecológico de gran calidad que ya se posiciona a nivel nacional como referente en la cocina.
El broche final es con el que Fernando juega en casa, y lo hace con un implecable milhojas de mantequilla casera con frutos secos del Maestrazgo, helado de mascarpone y fresones.
Me quedo con las ganas de la pelota con caldo de la bisabuela y alguno de los arroces que me consta que borda Fernando, una excusa perfecta para volver a esta casa donde menús a elección (según mercado e inspiración de Fernando) cortos y largos, menús degustación y menús para eventos y ocasiones especiales y una magnífica selección de vinos. La cuina de Fernando es un buen embajador del sabor y tradición de Castelló, además de una casa donde la autenticidad y la sinceridad son bandera.
Crónica de la visita realizada en diciembre de 2022.
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