Con motivo del Día Mundial de la Gamba es momento de mirar más allá de los grandes nombres para descubrir la riqueza oculta que guardan los puertos de nuestro país. Porque más allá de las mundialmente reconocidas gambas de Dénia y Huelva, España alberga un mapa de sabores marinos tan diverso como sorprendente.
Desde la intensidad de la gamba roja de Garrucha o la elegancia de la gamba de Palamós, hasta la delicadeza de la gamba de Sóller o la profundidad de la gamba de Motril. Y, más cerca, joyas locales que merecen el mismo reconocimiento: los langostinos de Vinaroz, la gamba blanca de Cullera y la gamba del Grao de Castellón,, tesoros del litoral valenciano que hablan de puerto, oficio y territorio.
Poco mediática y casi silenciosa, la gamba del Grao de Castellón es uno de esos productos que resisten al paso del tiempo. No posee la fama de la gamba roja de Dénia ni el renombre histórico de la gamba blanca de Huelva, pero sí una autenticidad que la convierte en símbolo de identidad marinera. Hoy solo un barco, El Paraíso, mantiene viva esta pesca artesanal, haciendo de la gamba del Grao un producto único, ligado a un nombre y a un saber hacer que forma parte del alma pesquera castellonense.
También eclipsada por su célebre vecina dianense, la gamba blanca de Cullera permanece como uno de los secretos mejor guardados del Mediterráneo valenciano. A medio camino entre la gamba blanca del golfo de Cádiz y la gamba roja mediterránea, destaca por su sutileza, frescura y textura delicada. No es un producto masivo, pero sí uno profundamente valorado por los cocineros que apuestan por una gastronomía auténtica y de proximidad.
En locales como Somos Raro y Serralunga Wine Bar, la gamba blanca se ha convertido en símbolo de una cocina consciente y transparente. En ambos espacios, se presenta con una propuesta que eleva su pureza: crudo de gamba blanca de Cullera sobre brioche con pimienta sansho y papada ibérica, una combinación que respeta su naturaleza marina y la enmarca en una experiencia contemporánea.
Ambas variedades reflejan el nuevo rumbo de la gastronomía valenciana: menos ruido, más territorio. Una manera de cocinar que mira al mar con respeto, reivindica lo cercano y devuelve al producto local el protagonismo que merece.


