Shahla’s Persian Grill

Shah­la Paran­deh mues­tra uno de sus pla­tos.

  • Valen­cia

  • Pin­tor Gis­bert, 16

  • 684 315 031

  • Abier­to de mar­tes a vier­nes sólo para cenas y el sába­do abier­to para comi­da y cena. Cie­rra domin­go y lunes.

  • 25–30 €

Delicias persas en Ruzafa

Ser­gio Car­bó

Den­tro del actual pano­ra­ma gas­tro­nó­mi­co, satu­ra­do de exo­tis­mos de medio pelo, de fusio­nes deli­ran­tes y de arre­ba­tos de crea­ti­vi­dad mal enten­di­da y peor resuel­ta, cons­ti­tu­ye una gra­tí­si­ma sor­pre­sa, un ver­da­de­ro oasis en el desier­to, encon­trar­se con una coci­na ori­gi­na­ria de Orien­te Medio tan hones­ta, ver­da­de­ra y gus­to­sa como la que sir­ven en Shahla´s Per­sian Grill.

Shah­la Paran­deh pre­su­me de su ofer­ta gas­tro­nó­mi­ca.

La arti­fi­cie de este peque­ño pro­di­gio se lla­ma Shah­la Paran­deh, una mujer de vita­li­dad des­bor­dan­te y son­ri­sa aco­ge­do­ra que aban­do­nó su Irán natal cuan­do tenía quin­ce años. Des­de enton­ces ha reco­rri­do medio mun­do ‑no en vano habla cin­co len­­guas- ejer­cien­do su pro­fe­sión de dise­ña­do­ra e inte­rio­ris­ta en paí­ses como Tur­quía o Emi­ra­tos Ára­bes, has­ta que hace unos años reca­ló en Valen­cia jun­to a sus tres hijos. En aque­lla épo­ca Ruza­fa era un barrio emer­gen­te don­de empe­za­ban a flo­re­cer con gran empu­je nego­cios vin­cu­la­dos al ocio y la hos­te­le­ría. El cli­ma expan­si­vo que vivía la zona ani­mó al clan a pro­bar for­tu­na en un sec­tor nue­vo para ellos. Tras algu­nos tan­teos, con la mal­di­ta pan­de­mia de la Covid cru­zán­do­se por medio y difi­cul­tán­do­lo todo, que no lle­ga­ron a fruc­ti­fi­car, encon­tra­ron un modes­to local en una de las calles peri­fé­ri­cas del barrio y lo trans­for­ma­ron en un tran­qui­lo café, en un bar reco­le­to enga­la­na­do con una mesa de billar.

Entra­da al res­tau­ran­te.

Has­ta ese momen­to, Shah­la úni­ca­men­te había demos­tra­do sus exce­len­tes dotes culi­na­rias en su casa y ante los suyos, pero nun­ca antes había valo­ra­do la posi­bi­li­dad de gui­sar para un públi­co más amplio has­ta que un cúmu­lo de casua­li­da­des y cir­cuns­tan­cias la empu­jó a tomar la alter­na­ti­va y con­ver­tir­se en pro­fe­sio­nal de los fogo­nes. Bue­na par­te de la clien­te­la fija del bar, entre la que se incluían estu­dian­tes ira­níes, ade­más de beber cóc­te­les, que­ría comer algo y Shah­la Paran­deh, esti­mu­la­da por unos y otros, empe­zó a pre­pa­rar y a ser­vir las deli­cias per­sas de su tie­rra, si bien al prin­ci­pio, según ella mis­ma reco­no­ce, con no pocas dudas y reti­cen­cias. La aco­gi­da, sin embar­go, fue entu­sias­ta y el éxi­to, rotun­do, has­ta el pun­to de que la legión de adep­tos que fue cre­cien­do alre­de­dor de su pro­pues­ta gas­tro­nó­mi­ca obli­gó a des­ha­cer­se de la mesa de billar para ganar espa­cio y des­de hace un año el esta­ble­ci­mien­to fun­cio­na sólo como res­tau­ran­te, aun­que eso sí, man­tie­ne la ofer­ta de cóc­te­les que pre­pa­ra con esme­ro la hija de Shah­la, Dana Naim, quien tam­bién se encar­ga de aten­der las mesas derro­chan­do cor­dia­li­dad.

Dana Naim duran­te el ser­vi­cio.

Arte­sa­nía culi­na­ria

El secre­to de la bon­dad y sucu­len­cia de los pla­tos que esta auto­di­dac­ta ela­bo­ra en su redu­ci­da coci­na se basa en la escru­pu­lo­sa fide­li­dad al rece­ta­rio clá­si­co ira­ní y al rigor extre­mo que apli­ca en su eje­cu­ción. Shah­la emplea las maña­nas ‑sólo sir­ve cenas con la úni­ca excep­ción de los sába­dos al medio­­día- en hacer la com­pra y acon­di­cio­nar los pro­duc­tos antes de poner­se manos a la obra. Así, en uno de sus pla­tos estre­lla: las bro­che­tas de cor­de­ro, ella mis­ma, tras adqui­rir la pie­za de ani­mal, se encar­ga de lim­piar­la a fon­do, des­car­ta las par­tes menos nobles y con­fec­cio­na el pin­cho a su gus­to antes de pasar­lo por la bar­ba­coa. Es difí­cil encon­trar otro de un nivel seme­jan­te, o siquie­ra pare­ci­do, en muchos kiló­me­tros a la redon­da.

Bro­che­tas y ver­du­ras.

La coci­na per­sa, de lar­ga y com­ple­ja his­to­ria, se mue­ve entre la sofis­ti­ca­ción y la sen­ci­llez. Rica en ver­du­ras, el arroz jue­ga un papel de com­ple­men­to bási­co y el uso de sal­sas y espe­cias es más mode­ra­do que en otras regio­nes veci­nas. Los esto­fa­dos ocu­pan igual­men­te un lugar des­ta­ca­do en esta tra­di­ción coqui­na­ria y en Shahla´s Grill los hacen muy bue­nos, tan­to en su ver­sión de pollo como de pes­ca­do. Y lo con­si­guen por­que les dedi­can toda la pacien­cia nece­sa­ria que requie­ren las lar­gas horas de coc­ción a fue­go siem­pre muy len­to. El hum­mus, por su par­te, pre­sen­ta una tex­tu­ra deli­ca­dí­si­ma, con el pun­to jus­to de cre­mo­si­dad.

Varie­dad de pla­tos sobre la mesa.

El mimo de las mate­rias pri­mas, el tiem­po inver­ti­do y el cari­ño en la ela­bo­ra­ción tam­bién for­man par­te de los ingre­dien­tes uti­li­za­dos por Shah­la Paran­deh, una arte­sa­na metó­di­ca que se pre­cia de no tener en su coci­na ni pro­duc­tos con­ge­la­dos, ni frei­do­ra, ni micro­on­das. Pura arte­sa­nía de la vie­ja escue­la.

Un espa­cio infor­mal

En cuan­to al res­to de fac­to­res que con­fi­gu­ran la ofer­ta glo­bal, cier­ta­men­te la bode­ga peca de bre­ve­dad exce­si­va, un aspec­to que qui­zá podría sub­sa­nar­se sin nece­si­dad de gran­des esfuer­zos, mien­tras que el ambien­te de este bar recon­ver­ti­do en res­tau­ran­te, con su deco­ra­ción eclé­ti­ca en la con­vi­ven fotos de vaque­ros con retra­tos de seño­ras deci­mo­nó­ni­cas, tie­ne un aire de bazar de las sor­pre­sas que resul­ta sim­pá­ti­co.

Sala del res­tau­ran­te.

Son ras­gos todos ellos que otor­gan per­so­na­li­dad pro­pia a un local que no inten­ta disi­mu­lar en modo alguno su fal­ta de ínfu­las ni pre­ten­de en nin­gún momen­to hacer­se pasar por lo que no es. Se limi­ta a ofre­cer una coci­na sabro­sa, autén­ti­ca y de pro­fun­das raí­ces en una atmós­fe­ra de gran cali­dez huma­na. Y eso, fran­ca­men­te, no es poca cosa.

Últi­ma visi­ta 05/07/2024


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