Shahla Parandeh muestra uno de sus platos.
Delicias persas en Ruzafa
Sergio Carbó
Dentro del actual panorama gastronómico, saturado de exotismos de medio pelo, de fusiones delirantes y de arrebatos de creatividad mal entendida y peor resuelta, constituye una gratísima sorpresa, un verdadero oasis en el desierto, encontrarse con una cocina originaria de Oriente Medio tan honesta, verdadera y gustosa como la que sirven en Shahla´s Persian Grill.
La artificie de este pequeño prodigio se llama Shahla Parandeh, una mujer de vitalidad desbordante y sonrisa acogedora que abandonó su Irán natal cuando tenía quince años. Desde entonces ha recorrido medio mundo ‑no en vano habla cinco lenguas- ejerciendo su profesión de diseñadora e interiorista en países como Turquía o Emiratos Árabes, hasta que hace unos años recaló en Valencia junto a sus tres hijos. En aquella época Ruzafa era un barrio emergente donde empezaban a florecer con gran empuje negocios vinculados al ocio y la hostelería. El clima expansivo que vivía la zona animó al clan a probar fortuna en un sector nuevo para ellos. Tras algunos tanteos, con la maldita pandemia de la Covid cruzándose por medio y dificultándolo todo, que no llegaron a fructificar, encontraron un modesto local en una de las calles periféricas del barrio y lo transformaron en un tranquilo café, en un bar recoleto engalanado con una mesa de billar.
Hasta ese momento, Shahla únicamente había demostrado sus excelentes dotes culinarias en su casa y ante los suyos, pero nunca antes había valorado la posibilidad de guisar para un público más amplio hasta que un cúmulo de casualidades y circunstancias la empujó a tomar la alternativa y convertirse en profesional de los fogones. Buena parte de la clientela fija del bar, entre la que se incluían estudiantes iraníes, además de beber cócteles, quería comer algo y Shahla Parandeh, estimulada por unos y otros, empezó a preparar y a servir las delicias persas de su tierra, si bien al principio, según ella misma reconoce, con no pocas dudas y reticencias. La acogida, sin embargo, fue entusiasta y el éxito, rotundo, hasta el punto de que la legión de adeptos que fue creciendo alrededor de su propuesta gastronómica obligó a deshacerse de la mesa de billar para ganar espacio y desde hace un año el establecimiento funciona sólo como restaurante, aunque eso sí, mantiene la oferta de cócteles que prepara con esmero la hija de Shahla, Dana Naim, quien también se encarga de atender las mesas derrochando cordialidad.
Artesanía culinaria
El secreto de la bondad y suculencia de los platos que esta autodidacta elabora en su reducida cocina se basa en la escrupulosa fidelidad al recetario clásico iraní y al rigor extremo que aplica en su ejecución. Shahla emplea las mañanas ‑sólo sirve cenas con la única excepción de los sábados al mediodía- en hacer la compra y acondicionar los productos antes de ponerse manos a la obra. Así, en uno de sus platos estrella: las brochetas de cordero, ella misma, tras adquirir la pieza de animal, se encarga de limpiarla a fondo, descarta las partes menos nobles y confecciona el pincho a su gusto antes de pasarlo por la barbacoa. Es difícil encontrar otro de un nivel semejante, o siquiera parecido, en muchos kilómetros a la redonda.
La cocina persa, de larga y compleja historia, se mueve entre la sofisticación y la sencillez. Rica en verduras, el arroz juega un papel de complemento básico y el uso de salsas y especias es más moderado que en otras regiones vecinas. Los estofados ocupan igualmente un lugar destacado en esta tradición coquinaria y en Shahla´s Grill los hacen muy buenos, tanto en su versión de pollo como de pescado. Y lo consiguen porque les dedican toda la paciencia necesaria que requieren las largas horas de cocción a fuego siempre muy lento. El hummus, por su parte, presenta una textura delicadísima, con el punto justo de cremosidad.
El mimo de las materias primas, el tiempo invertido y el cariño en la elaboración también forman parte de los ingredientes utilizados por Shahla Parandeh, una artesana metódica que se precia de no tener en su cocina ni productos congelados, ni freidora, ni microondas. Pura artesanía de la vieja escuela.
Un espacio informal
En cuanto al resto de factores que configuran la oferta global, ciertamente la bodega peca de brevedad excesiva, un aspecto que quizá podría subsanarse sin necesidad de grandes esfuerzos, mientras que el ambiente de este bar reconvertido en restaurante, con su decoración eclética en la conviven fotos de vaqueros con retratos de señoras decimonónicas, tiene un aire de bazar de las sorpresas que resulta simpático.
Son rasgos todos ellos que otorgan personalidad propia a un local que no intenta disimular en modo alguno su falta de ínfulas ni pretende en ningún momento hacerse pasar por lo que no es. Se limita a ofrecer una cocina sabrosa, auténtica y de profundas raíces en una atmósfera de gran calidez humana. Y eso, francamente, no es poca cosa.
Última visita 05/07/2024
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