Carlos López
Hace tiempo que no iba a Córdoba, fue en el momento, sin pensar: amigos, clientes, historias, familias, todo un sinfín de vivencias que no se pueden desarrollar en un párrafo. Nos dirigimos al corazón de Córdoba, en el bulevar del Gran Capitán (Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, noble y militar español que alcanzó el rango de capitán general de los ejércitos de Castilla y Aragón; ver la magnífica biografía que le dedicó el historiador José Enrique Ruiz Doménec), donde el bueno de Rafa Bellido y su mujer Aída, fundaron en 2016 su casa de comidas, basada en la pasión y experiencia culinaria del propio Rafael. Un espacio peculiar y acogedor como los dueños, donde han creado un ambiente (obra de Aída) que lo convierten en un lugar relevante y a tener en cuenta dentro del panorama gastronómica de la capital cordobesa.
El local está repleto de dinamismo; casi todos los clientes son amigos y conocidos por los dueños. Reuniones, críticos, empresarios, amigos y negocios conforman el panorama cuyo concepto es tan básico como consolidado: cocina de fuego, lumbre y tiempo, que comporta una técnica basada en el diálogo con la materia prima y sus aderezos. Su cocina es una habitación, parte de la sala, donde preparan alimentos con técnica, sosiego y solemnidad.
La carta es el reflejo de los productos frescos del mercado, seleccionados a diario. Sus ingredientes son la muestra del sabor y la frescura. Su cocina se inspira en los productos de mercado, permitiendo brindar una práctica gastronómica en constante renovación dentro del más puro espíritu de la ciudad califal. Pescados de lonja de Sanlúcar, carnes recias de Los Pedroches y verduras de la vega cordobesa, hacen de sus elaboraciones un homenaje a los sabores. Son todo notas de tradición, algo de innovación, respeto al producto y elaboraciones que dan espacio a una cocina de mercado diaria.
¿Qué enternece en este restaurante? Los sabores primigenios que rozan la emoción de la cocina de mercado, de proximidad, de cuchara, regional, de guisos y cazuelas, cuya ecuación es la memoria del paladar. El único que sobra en la carta es el que habla y exige de ella. Dejamos en manos del anfitrión que eligiera y no errara; nos fijamos en dos platos: el bacalao con manitas, untuosidad sobre untuosidad, en boca redondez, suavidad y elegancia, conjunción y contrapunto; y las mollejas de cordero lechal, una glándula (lo que se llama la nuez del animal) que esté fielmente ejecutada y marcada, redonda, sabrosa y golosa.
Además de lo anterior en mesa desfilaron:
Patatas fritas caseras (finas, crujientes) sin nada de potenciadores, no recordaba lo buena que está una papa crujiente sin sal.
Huevas de calamar (choco), intenso sabor a mar, potencia y retrogusto, la concentración de calcio y ácidos grasos le hacen peculiar y a veces indescriptible.
Roast beef de lomo de gamo: color rojizo, típico del bicho, algo más intensa que la del vacuno, su olor se introduce por el retro nasal y en boca resulta cremoso, fresco, ligero y suave, siempre y cuando se haya macerado y cocinado sin error, como es nuestro caso, la textura es más que agradable.
Carpaccio de quisquillas: fiel ejecución de esta técnica que debidamente aderezada con un aceite suave y dulce (nada invasivo) da como resultado un plato exquisito lleno de carnosidad, sabor y textura fina.
De vicio y sorpresa, resulta el corte de queso artesano de leche cruda de oveja (Calaveruela), que sustituyó al postre. La crudeza de la leche mantiene todos los microorganismos que están presentes de forma natural en el resultado final, dando una cremosidad a un bocado cuyo sabor resulta auténtico e inigualable está concebido para perdurar en la memoria por las connotaciones que se alejan del puro lácteo.
Otros clásicos en carta son los Champiñones rellenos de carne de monte; los Huevos camperos con patatas y jamón ibérico; los Riñones de cordero lechal; los Sesos de cordero lechal; los Callos de ternera con morro y manitas; las Gambitas fritas; el Bacalao confitado; o el Tartar de solomillo. En sus platos destaca la asociación a la región; buscan recuerdos, familiaridad y autenticidad en cada comida, generando lealtad. Su cocina tradicional evoca recuerdos y emociones asociadas con la infancia y las tradiciones familiares, creando una conexión emocional.
Cada plato tradicional puede que cuente una historia, costumbres y su gente. Esto agrega un elemento narrativo a la experiencia gastronómica. Bastan algunos ejemplos históricos para entender que la cocina no es más que la representación en la mesa de las ilusiones y conflictos existentes en la sociedad de cada época: el guiso tradicional de las clases simbolizó la ruptura con la opulenta gastronomía del Antiguo Régimen monárquico; pasando por la alta cocina clásica desarrollada por Escoffier, seguido de la incesante búsqueda de nuevas experiencias sociales y políticas surgidas que desencadenó la Nouvelle Cuisine francesa, para más tarde (finales del siglo XX) asistir al nacimiento de un estilo, de una época donde en el arte desaparecen los estilos y se impone el individualismo como forma expresiva esencial, donde comienzan a surgir geniales figuras culinarias rupturistas (Ferran Adrià).
La cocina que desarrollan aquí es mucho más que simple comida, es una forma de conectar con nuestras raíces y celebrar nuestra herencia cultural. A través de sus sabores, texturas y aromas nos permite viajar en el tiempo y experimentar las tradiciones de generaciones pasadas. Han aprendido a reconocer lo que espera el cliente del restaurante, ofreciéndole una buena atención.
Aunque basada en recetas y técnicas tradicionales, hay espacio para la innovación y la creatividad, permitiendo la introducción de platos únicos que aún conservan la esencia de la cocina tradicional. Es de agradecer, por ejemplo, que la sal casi no existe en sus elaboraciones y gracias a Dios se utiliza el uso debido y justo del aceite de oliva virgen, tan mal gestionado en muchas cocinas.
En sala la atención es debida, cercana, fácil y sencilla, controlada en tiempos y formas. La carta de vinos es corta pero pasa el aprobado. Habría que darle una vuelta y sin tirarnos de los pelos, deberían redundar en el aumento de la selección de vinos nada comerciales y acordes con su oferta gastronómica, que bien merece la pena.
Por ello es meritorio que haya restaurantes (cocina tradicional frente a la de vanguardia) en la que sus cocineros apuesten por la tranquilizadora conexión con la memoria gustativa del comensal que supone reinventar y readaptar platos de cocina regional o clásica empleando tecnologías culinarias actuales, cuyo resultado es la ganancia en aromas y sabores de siempre, de la mano de una mayor estética y de las texturas actuales. Rafa Bellido pretende abordar el placer gastronómico desde el consenso más que a partir de la confrontación estilística. Esta buena casa no se ha parado a reflexionar, pero ha entrado en la denominada neococina, haciendo fortuna de esa dichosa y singular cocina contemporánea española de vanguardia.
Recetas de librería, repletas de éxito, que no por ello es una sencilla opción, donde de forma natural y elegante plasma fielmente las sensaciones olfativas y gustativas heredadas de sus padres y abuelos, en platos de belleza estructural, untuosidad, brillo y nostalgia, “napado” todo ello de una esplendorosa textura contemporánea en continua actualización respecto a una cocina esencial, de alto nivel gastronómico. Podría atreverme a racionalizar que la fusión de elementos bien entendida no es más que el homenaje del cocinero a la memoria gustativa. Aquí se come bien sin tener que pensar en qué te llevas a la boca.
Su cocina está a mitad camino entre la regional repleta de preparaciones y reproducciones cotidianas, y la neoclásica que presenta un estilo culinario de toda la vida pero de atención novedosa, serena y equilibrada. Huye del agotamiento y cansinas elaboraciones recargadas, puestas en escena, pero mudas, planas, cuyo lenguaje gastronómico es vacío y reiterativo, sin estímulos. Aunque sus platos no tienen una presentación exquisita (que no lo necesita) su postulado es puro, repleto de exactitud, luminosidad sombreada, equilibrio y fidelidad en boca.
Si todo lo anterior, el bueno de Rafa lo vistiera con una mantelería compuesta por una serie de elementos textiles (manteles, servilletas, fundas de mesa, fundas de silla, mandiles de mesa) neutros y serios; el que suscribe cerrando los ojos y sin necesidad de meditación podría llegar al séptimo cielo.
Visita a Córdoba el 15-11-2024
Restaurante Barra y Mesa
Fray Luis de Granada, 7
14008 Córdoba