Cocina de Barbados, abierta al cliente.
Auténtica marisquería popular
Juan Lagardera
Entre el final de Gaspar Aguilar, el barrio de la Valvanera, el Huerto de Senabre y dando frontera con San Marcelino, cerca del hospital Peset y del antiguo canódromo de la Cruz Cubierta, se alzó un nuevo barrio entre los años 70 y 80 del pasado siglo. A los urbanizadores de entonces les dio por diseñar un par de ejes peatonales con una pequeña fila de arbustos en medio, como si fuera Park Avenue. Esas calles, Los Pedrones y Beethoven, además del nuevo parque del viejo cuartel de Artillería, le han dado toda la vida a esta zona de la ciudad que antaño fueron solares y campos yermos que garabateaban los límites de Valencia.
Los primeros en darse cuenta del potencial de ese lugar fueron Paco Parra y Maite Garrigós. Él en la cocina y ella en la sala, decidieron abrir en la peatonal de Los Pedrones (nombre de una pequeñísima aldea de Requena y que alude a grandes piedras), un bar de tapas. Le llamaron Barbados, como las islas caribeñas, y pronto se decantaron por el marisco, no sabemos muy bien por qué, aunque lo bien cierto es que no era el primer intento de marisquería periférica en Valencia. Recordemos JM en Monteolivete, Los Bolos camino del puerto, Sol en Ruzafa, Casa Amadeo en el Carmen, Santa Cruz en la calle Cuenca… la mismísima Civera empezó en el barrio de Sagunto.
Los humildes inicios de Barbados
Allí pelearon Paco y Maite con un barrio de poder adquisitivo modesto, nada acostumbrado a comer fuera de casa, tal vez a alguna salidita nocturna los fines de semana. Pero lo bien cierto es que perseveraron y acertaron. Se fue corriendo la voz y consiguieron una clientela fiel, suficiente para que hubiera rotación en los pescados y mariscos, el principal escollo en este negocio de la restauración dedicada a los frutos del mar. Su éxito dignificaba al barrio, y sus vecinos difundían con orgullo que en la zona había un buen restaurante de marisco. Ver para creer.
A día de hoy, Barbados es la enseña de la zona, toda la calle peatonal se ha convertido en un suceder de ofertas hosteleras. Hay de todo, desde un asiático al típico burger o la pizzería de marras, pero Barbados brilla con luz propia. Maite se ha retirado y Paco ha dejado la cocina para dirigir todo el movimiento. El local ha ganado en funcionalidad y repertorio.
No hay menú del día, pero sí oferta diaria de las lonjas. Un festivo cualquiera es difícil encontrar mesa y cubren no menos de 150 comandas por turno. Pero tiene personal suficiente en cocina y en sala para dar pronta salida a tanta clientela. Un y venir como si estuviéramos de verdad en una taberna portuaria, dando de comer a la marinería mientras entran sin parar las cajas de vino y los barriles de cerveza.
Todo se ha profesionalizado y a mejor, con los productos frescos dando la cara en las vitrinas de la barra o en los acuarios de los grandes crustáceos. La oferta es múltiple y cambia con la frecuencia que da el mercado, y no es fácil mantenerse en ese orden de pluralidad y, además, conteniendo los precios para que no asusten a la parroquia. Sin filigranas y sin excesos.
Mariscos de primera
La cocina es plancha, marisco hervido si se tercia, ensaladillas y tapeo frío, horno para los pescados y fuegos para paellas y fideuás. Por ser fiel a la carta aquí se jactan de tener casi siempre ostras, almejas, canaíllas, angulas, centollas, espardeñas y un sinfín de gambas y cigalas. Y luego, lo de casi todos los lados, además de txangurro, zamburiñas, sepias, pulpos y alguna que otra carne que no vimos por ningún expositor y en mesa alguna. Eso sí, salen con frecuencia las paellas de marisco (que otros llaman ahora del senyoret) o de bogavante, las fideuás de fideo fino, así como pescaíto frito, bandejas de zarzuela de marisco, merluzas de pincho y rodaballos salvajes… Un festival en una esquina recóndita de esta sorprendente, a veces, Valencia culinaria.
Hacía más de cinco años que no visitábamos Barbados. Ahora ya no está la simpática Maite explicando la carta interminable, pero el restaurante sigue como un tiro. Tomamos cerveza –tienen todas las que esponsoriza Heineken– aunque nos sorprendió una carta de vinos más que suficiente para estar donde estamos con el añadido de una oferta muy sensata de champagnes franceses para quien se quiera dar un buen homenaje. Encontramos, por lo demás, los mejores blancos valencianos: Nodus, Mendoza, Pago de los Balagueses, Impromptu, además de varios godellos, un txacolí y un riesling alsaciano.
Una comida magistral
¿Qué comimos? Rápido y notable. Una ensaladilla de centolla, fina y en su punto de textura, temperatura y salsa, que no es fácil. Una cazuelita de gambas al ajillo, excelente. Unos camarones (gambita pequeña parecida a la quisquilla) hervidos, también al punto. Un allipebre campeón (ganó en 2015 el premio del Palmar), a nuestro juicio un poco subido de tono (en espesura que no en picante) con la salsa. Un bacalao a la vizcaína excelente, con las piezas del pescado perfectamente desespinadas y en lomos que se lascaban solo con verlos, acompañados con la salsa bien trabada y auténtica de pimiento choricero, nada de tomate. Magistral.
Para terminar, una langosta frita al estilo balear, con patatas panadera y rematada con huevo frito. La langosta, excepcional, de mediano tamaño (las mejores) y con sus huevas. Muy bien frita, como los huevos. Sobraba un pelín de aceite en la bandeja, aunque lo compensaba la calidad del pan para mojar, crujiente y sabroso a pesar de ser un día festivo. De postre, buñuelos de todos los santos con chocolate.
Y lo más sorprendente, no llegaba a 40 euros por persona, bebidas y cafés aparte.
Merece la pena llegarse hasta allí, pues a pesar de que apenas existe cocina creativa, estamos ante una oferta honrada y vertiginosa, sencilla pero impecable en sus presentaciones, cuyos aciertos resaltan por encima de cualquier media con la que los comparemos y en donde el producto no solo manda, sino que se ajusta a un precio razonable y no resulta una excusa para los atracos y abusos que vemos con frecuencia. Arremánguense y disfruten en este Barbados que lleva camino de cuatro décadas en pie, a pesar de lo tortuoso del camino, en este caso, del mar.
Visita realizada el pasado 1 de noviembre de 2023
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