4 bares de toda la vida que merecen un viacrucis entre Alicante, Elche y Murcia

Ánge­les Ruiz

Gam­bo­sí fri­to, pul­po a la lla­ma, cocas a la pala, meji­llo­nes tigre… si no fue­ra por barras como las que rese­ña­mos en esta cró­ni­ca ya no nos que­da­rían loca­les don­de recor­dar el sabor de anta­ño, el aro­ma a barri­ca de vino y las tapas tra­di­cio­na­les, esas que en aras de la moder­ni­dad han ido des­pa­re­cien­do. Ya sea de pie, en barra alta o apo­ya­dos en un mos­tra­dor, el tapeo for­ma par­te de nues­tra esen­cia y no hay nada que nos gus­te más que una vitri­na reple­ta de maris­co y de pro­duc­tos de tem­po­ra­da.

La Viu­da (calle Arri­xa­ca, en Mur­cia). Al entrar en la cer­ve­ce­ría La Viu­da se via­ja al pasa­do.  Si no tuvié­ra­mos nin­gún estí­mu­lo externo, por la deco­ra­ción y el ambien­te, diría­mos que hemos entra­do en la máqui­na del tiem­po y nos hemos tras­la­da­do déca­das atrás. Tone­les, barra, mar­que­te­ría de made­ra, azu­le­je­ría, tabu­re­tes, has­ta la letra de la piza­rra que anun­cia el pro­duc­to, todo, abso­lu­ta­men­te todo, nos trans­por­ta a un bar tra­di­cio­nal de los de antes. El pro­duc­to es fres­co y de bue­na cali­dad. Tam­bién hay abun­dan­cia y varie­dad: cañaí­lla, quis­qui­llas, gam­ba roja, ciga­las, néco­ras, per­ce­bes, gam­ba blan­ca, ostras, cala­mar de pote­ra… Estan­do en Mur­cia no podía fal­tar el pul­po y el atún, sobre todo una de las pie­zas más pre­cia­da: la ton­yi­na de sorra.

Quis­qui­llas y cer­ve­za en La Viu­da.

(Foto de por­ta­da: barra de La Viu­da) 


Bar de tapas Sal­va­dor (calle del poe­ta Miguel Her­nán­dez 6, Elche). Aun­que se anun­cia como bar de tapas y efec­ti­va­men­te se tapea muy bien, la barra se com­ple­men­ta con un amplio come­dor al que acu­den los ili­ci­ta­nos a comer a base de pla­ti­llos o al menú del día. El local como barra de tapas abrió sus puer­tas en 1987, y en 2007 amplió para con­ver­tir­se en bar-res­­tau­­ra­n­­te. A pesar de ser un his­tó­ri­co en Elche, no es muy cono­ci­do fue­ra de la ciu­dad de las pal­me­ras. De hecho, no es un lugar fre­cuen­ta­do por turis­tas, ya que cie­rra en agos­to, en Sema­na San­ta y en Navi­dad.

Barra del Bar Sal­va­dor.

Aquí encon­tra­mos tapas ya des­apa­re­ci­das como los meji­llo­nes tigre, que son espe­cia­li­dad de la casa, o el gam­bo­sí fri­to, que sir­ven de for­ma más deli­ca­da, sin cabe­za. La fri­tu­ra esta bien eje­cu­ta­da, ni blan­da ni acei­to­sa. De cas­que­ría: híga­do de cor­de­ro, mani­tas, y rabo… De con­cha: ber­be­re­chos, alme­jas, viei­ras y ostras. El alio­li es de mor­te­ro. Se abas­te­cen a dia­rio en la lon­ja de San­ta Pola y de maris­cos galle­gos. Des­ta­ca su varie­dad: coco­chas al pil­pil, boque­rón en ado­bo, cro­que­tas de espi­na­cas con piño­nes, toma­te con cape­llán… Por encar­go pre­pa­ra pla­tos de cucha­ra, gaz­pa­cho de mero, cal­de­re­ta de lan­gos­ta y algu­nos arro­ces.

Gam­bo­sí fri­to de Sal­va­dor.


Cer­ve­ce­ría Max (Avin­gu­da de la Espor­tis­ta Miriam Blas­co 18, en Ali­can­te). Pro­duc­to y aten­ción de pri­me­ra. Es un clá­si­co que, con los años, no pier­de, gana en cali­dad y en aten­ción ya que el ser­vi­cio es rápi­do y efi­cien­te. Se tapea en mesa o en terra­za, pero con­vie­ne acu­dir a pri­me­ra hora por­que sue­le estar con­cu­rri­do y no admi­ten reser­vas. Exce­len­te su mari­ne­ra y el cala­mar de bahía fres­co a la plan­cha. Son clá­si­cas sus pata­tas de río al mojo picón y los mon­ta­di­tos varia­dos. Tapas de toda la vida: cro­que­tas, rabo de toro, cala­mar a la anda­lu­za, torrez­nos, etc.

Cala­mar de bahía, de la Cer­ve­ce­ría Max en Ali­can­te.

Mari­ne­ra de la Cer­ve­ce­ría Max.


Bode­gas Gam­bín (Gene­ral Eli­zai­cin 26, Ali­can­te). En el barrio del Pla del bon repos, cer­ca del Museo Arqueo­ló­gi­co de Ali­can­te –el MARQ–, se encuen­tra esta anti­gua bode­ga que ha sabi­do con­ser­var par­te de su pri­mi­ti­va esen­cia. A los anti­guos parro­quia­nos les hue­le a infan­cia, a barril de vino y a una épo­ca en la que los cas­cos de cris­tal de La Case­ra y de cer­ve­za se retor­na­ban y te devol­vían dine­ro.

La ali­can­ti­na Bode­gas Gam­bín.

El due­ño actual y alma mater del local es Juan Anto­nio Pla­ne­lles, que qui­so sobre esta base mon­tar una bode­ga don­de pri­ma­ra la tra­di­ción y la auten­ti­ci­dad. Lo ha con­se­gui­do.

Juan Anto­nio Pla­ne­lles, al fren­te de Bode­gas Gam­bín.

Ambien­te de tas­ca, tone­les, sifo­nes, piza­rra que anun­cian las tapas, mesas de made­ra… Tie­ne tres espa­cios bien defi­ni­dos: la barra, el espa­cio inte­rior con unas pocas mesas altas que se com­par­ten y el come­dor men­ja­dor. Aquí encon­tra­mos sala­zo­nes, embu­ti­dos, pul­po a la lla­ma, deli­cias de mer­lu­za, migas gam­be­ras, mari­ne­ra, matri­mo­nio, coca a la pala… todo lo nece­sa­rio para un buen tapeo. El per­so­nal es ama­ble, muy aten­to y solí­ci­to. Entre ellos des­ta­ca por su pro­fe­sio­na­li­dad y el cono­ci­mien­to de vinos que apor­ta al local, Áfri­ca Mire­te. El come­dor ofre­ce un menú intere­san­te con una bue­na rela­ción cali­dad pre­cio y arro­ces poco fre­cuen­tes como el de cere­zas o el de sal­mo­ne­tes.

Migas gam­be­ras, de Bode­gas Gam­bín.


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