Ausiàs, de Pedreguer

Feli­cia y Ausiàs ante la facha­da de su res­tau­ran­te.

  • PEDREGUER

  • Cova San­ta, 2 (cer­ca del Ayun­ta­mien­to)

    Apar­ca­mien­to gra­tui­to a 200 metros en Car Park (Mes­tre Serrano, 21)

  • 650 443 223

  • Abre de jue­ves a sába­do al medio­día y por la noche; domin­go y lunes solo al medio­día; y cie­rra mar­tes y miér­co­les.

  • Dos menús: Valen­ti­na (cor­to) 58 €, y Ausiàs (lar­go) 78 €, vinos apar­te.

Cocina de contrastes a la conquista del futuro

Juan Lagar­de­ra

Todo pre­sien­te una atmós­fe­ra de entu­sias­mo, de apues­ta por el futu­ro. Un res­tau­ran­te nue­vo, un joven coci­ne­ro que no ha cum­pli­do ni de lejos la trein­te­na, sus joven­cí­si­mos com­pa­ñe­ros de sala, un local recién ins­ta­la­do, ape­nas unas sema­nas abier­to al públi­co y una joven coci­ne­ra con un her­mo­so emba­ra­zo que espe­ra salir de cuen­tas en bre­ve. El entu­sias­mo de la pri­me­ra aven­tu­ra culi­na­ria pro­pia y empre­sa­rial de una pare­ja de coci­ne­ros. Uno de esos momen­tos irre­pe­ti­bles.

Allí fui­mos, atraí­dos por el bri­llan­te currí­cu­lum de Ausiàs Sig­nes Mahi­ques, natu­ral de Barx (sí, el mis­mo Barx don­de empe­za­ron Ricard Cama­re­na y Mari Car­men Ban­yuls). Su abue­la regen­ta­ba la coci­na en el res­tau­ran­te del hos­tal El Rome­ral de este pue­blo, en la zona arqueo­ló­gi­ca y vera­nean­te de la Dro­va. Y tal vez por eso, cuan­do dejó los estu­dios de inge­nie­ría agro­ali­men­ta­ria y se fue a estu­diar a la escue­la de alta coci­na Le Cor­don Bleu de Madrid, decli­nó hacia la pas­te­le­ría. Le vio más cam­po de desa­rro­llo, más futu­ro y posi­bi­li­da­des. Allí cono­ció a Feli­cia Gue­rra, veni­da des­de Nica­ra­gua para estu­diar las artes culi­na­rias. Pasó por el Mou­lin Cho­co­lat de Madrid y por el anti­guo Joc­key con­ver­ti­do en Sadd­le.

Ausiàs se fue pron­to de pas­te­le­ro a Hues­ca, al bis­tró Tatau en la capi­tal del alto Ara­gón, un res­tau­ran­te con una estre­lla miche­lín. Y empe­zó a des­pun­tar y se hizo el jefe de la pas­te­le­ría. En 2021 gana un pre­mio al mejor pas­tel de cho­co­la­te (el pres­ti­gio­so Valrho­na de Bar­ce­lo­na) y en mar­zo de 2022 un jura­do pre­si­di­do por el gran maes­tro Paco Torre­blan­ca lo pro­cla­ma mejor pas­te­le­ro de Madrid Fusión. Ape­nas tie­ne enton­ces 26 años.

Lue­go vino la boda y el regre­so al Medi­te­rrá­neo. Le die­ron vuel­tas a varias posi­bi­li­da­des has­ta que encon­tra­ron el local ade­cua­do. Una casa de pue­blo en el cas­co vie­jo de Pedre­guer, cer­ca del mer­ca­do y el ayun­ta­mien­to, en el cora­zón de la Mari­na, ese lugar mági­co que con­ci­lia el mar y la peque­ña mon­ta­ña, con huer­tas y mar­ja­les, don­de se cul­ti­van vides y cerea­les casi des­de tiem­pos pre­his­tó­ri­cos.

El Ausiàs Res­tau­rant nos reci­be con la facha­da en azu­le­te y el inte­rior a media luz. Hay un pós­ter gran tama­ño de la his­tó­ri­ca expo­si­ción de Miquel Bar­ce­ló en el IVAM de 1995 con un pimien­to rojo, toma­tes y cebo­llas. Jun­to a la bode­ga, cuya car­ta no pue­de ser más ori­gi­nal y explo­ra­ble: una vein­te­na de blan­cos, inclu­yen­do bor­go­ñas y cha­blis, ade­más de vinos dul­ces (del genial y cer­cano Gutié­rrez de la Vega), gene­ro­sos (aten­ción a un mos­ca­tel seco tam­bién de la bode­ga de Par­cent) y rosa­dos (nos que­da­mos con las ganas de pro­bar un Le Puy mari­dan­do arroz). Los tin­tos son un reto, son todos vinos poco cono­ci­dos, muy per­so­na­les, con abun­dan­tes cal­dos fran­ce­ses e ita­lia­nos y una espe­cial apues­ta por els Alfo­rins (un Safrà de Pablo Cala­ta­yud, y un Sen­sal de Javi Revert). Decla­ra­ción de inten­cio­nes. Has­ta en la cris­ta­le­ría: los vasos de agua, ita­lia­nos con deta­lles de color; las copas de vino, mara­vi­llo­sa­men­te ultra­li­ge­ras, Spie­ge­lau.

A la que sigue, ya en la mesa, un pan recién hor­nea­do con las hari­nas autóc­to­nas del molino de Jesús Pobre (don­de han recu­pe­ra­do varie­da­des de tri­go como el rojal, los amo­rós o el far­tó), que no sir­ve para el boca­di­llo del almuer­zo sino para mojar acei­te ela­bo­ra­do con acei­tu­nas valen­cia­nas, un coupa­ge de villa­lon­gas y blan­que­tas de sua­ve y per­sis­ten­te sabor.

Pan y acei­te.

El menú lar­go comien­za con tres ape­ri­ti­vos don­de Ausiàs mues­tra ya su peri­cia pas­te­le­ra. Una oblea, una tar­ta­le­ta y un pas­te­li­to, de pas­ta finí­si­ma y una segui­da pro­cla­ma­ción de intere­ses: la refi­na­da incor­po­ra­ción a la coci­na de flo­res y tallos sil­ves­tres como el agret o el llic­só (al que lla­man la lechu­ga de las lie­bres), de embu­ti­dos tra­di­cio­na­les como la bufa (una mor­ci­llo­ta seca y redon­da), jun­to a una des­lum­bran­te cre­ma de híga­do de cone­jo, el mayor obje­to de deseo en una bue­na pae­lla valen­cia­na. Ape­ri­ti­vos que acom­pa­ña un deli­ca­do cal­do ver­de de hier­bas de la mon­ta­ña.

Tar­ta­le­ta de híga­do de cone­jo.

El pri­mer pla­to a con­ti­nua­ción es una ensa­la­da con una lechu­ga de los huer­tos cer­ca­nos, de tex­tu­ra fir­me y sabor equi­li­bra­do entre la amar­gu­ra y la dul­zor (de nue­vo la influen­cia pas­te­le­ra), que acom­pa­ña a una ostra gui­llar­deau ali­ña­da lige­ra­men­te por una sal­si­ta que no supe com­pren­der en qué con­sis­tía pero que no subor­di­na­ba el sabor yoda­do del bival­vo. Un pla­to tan sen­ci­llo como sobre­sa­lien­te.

Ensa­la­da de ostras.

Segui­mos con un esca­be­che de caba­lla, tal vez ins­pi­ra­do en los lige­ros esca­be­ches que pre­pa­ra Ser­gio Box en La Per­la de Xàbia. Este es extra­or­di­na­rio en suti­le­za, finu­ra y tex­tu­ri­za­ción. La caba­lla es lo de menos, por­que el esca­be­che está hecho con vina­gre de arroz, tie­ne ele­men­tos cru­jien­tes y un toque de bonia­to blan­co (de nue­vo, el dul­zor). Nota­ble.

Esca­be­che de caba­lla con bonia­to blan­co.

Lle­ga­mos a un pla­to de sepia con cre­ma de coli­flor. Correc­to. Ele­va­do por la entra­da en acción del olo­ro­so mos­ca­tel seco. La com­bi­na­ción daría para una tapa gana­do­ra en cual­quier cer­ta­men de coci­na medi­te­rrá­nea o anda­lu­sí. Curio­si­da­des que inte­rrum­pe el inter­me­dio del menú, un diver­ti­do sor­be­te de pimien­to ver­de en sal­mue­ra con toques de pipa­rra pican­te (els coents que lla­man en la Mari­na). Una ocu­rren­cia genial, la trans­fe­ren­cia de la tra­di­ción más arcai­ca a la cul­tu­ra de la alta coci­na. El camino valen­ciano para la reden­ción, ins­pi­ra­do en la rece­ta que Ausiàs des­cu­brió duran­te una estan­cia en el res­tau­ran­te Dos Esta­cio­nes de Valen­cia en tiem­pos de Iago Cas­tri­llón y Alber­to Alon­so: su mer­lu­za sobre sal­sa de pipa­rras (pre­mio del Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co, pre­ci­sa­men­te, al mejor pla­to del año en 2016).

Segun­da par­te. El pes­ca­do. O mejor, mar y mon­ta­ña: un sar­go real de la lon­ja de Denia acom­pa­ña­do por molle­jas del cora­zón de la vaca, col rus­ti­da con gra­sa tam­bién vacu­na y una sal­sa redu­ci­dí­si­ma de las espi­nas del pes­ca­do con vina­gre­ta de alga nori cru­jien­te. Inten­so, sua­ve, pro­fun­do, lige­ro, sabro­so, armó­ni­co pero man­te­nien­do las sin­gu­la­ri­da­des de todos los ele­men­tos. Un pla­to sobre­sa­lien­te alto, alto.

La car­ne entra en esce­na con un jarre­te de cor­de­ro (cria­do en la zona de Barx) en su pro­pio jugo y acom­pa­ña­do de apio­na­bo al den­te (sin lle­gar a ser un sal­sa­fí). Autén­ti­co y nota­ble de sabor. No hay suti­le­zas pero es siem­pre agra­da­ble reen­con­trar­se con el toque dul­zón y ver­da­de­ro del cor­de­ro que se ha cria­do en bue­nas con­di­cio­nes. Un home­na­je a la coci­na de su abue­la.

Jarre­te de cor­de­ro en la cazue­la.

El rema­te sala­do (en un menú mar­ca­do por la cons­tan­te de la dul­zu­ra) son unos callos de ter­ne­ra al alli­pe­bre. Un pla­to untuo­so gra­cias al colá­geno del morro y la tri­pa del ani­mal, más cer­cano al cap i pota cata­lán que a los callos madri­le­ños, en una ver­sión con aji­llo mucho más valen­cia­na que inclu­ye un allio­li negat (un alio­li que cuan­do va a cua­jar se sigue batien­do con más acei­te para espu­mar­lo). Un pla­to mani­fies­to que quie­re rei­vin­di­car la tra­di­ción siguien­do una vía pro­pia.

Callos en alli­pe­bre.

Expec­ta­ción ante los pos­tres. Una coca de acei­te con un cre­mo­so de limón meyer (híbri­do de cidra y naran­ja) con su piel en con­fi­tu­ra. Un atre­vi­mien­to den­tro de su sim­pli­ci­dad.

Coca de acei­te con cre­mo­so de limón meyer.

A con­ti­nua­ción, un finí­si­mo pos­tre de cho­co­la­te a la sal sobre una base de tri­go sarra­ceno (el de las galet­tes bre­to­nas) con fibra de lino (lini­na). Magis­tral. El camino de un pas­te­le­ro que entien­de el dul­ce siem­pre de modo come­di­do y en com­bi­na­ción armo­nio­sa con lo sala­do. Y que invier­te esa nor­ma cuan­do coci­na un pla­to teó­ri­ca­men­te sala­do, al que endul­za. Siem­pre en bus­ca del con­tras­te.

Cho­co­la­te sobre tri­go sarra­ceno.

Ter­mi­na­mos con un brio­che espon­jo­so que olía a cam­pos alpi­nos man­te­qui­llo­sos.

Brio­che en por­cio­nes.

Una comi­da de altí­si­mo nivel para un res­tau­ran­te recién abier­to, en fase de roda­je pero que apun­ta a un futu­ro espe­ran­za­dor y mucho más que bri­llan­te. De momen­to Ausiàs espe­ra una hija a la que lla­ma­rá Valen­ti­na (como el menú cor­to) y se ha deja­do bigo­te román­ti­co a lo Adam Dri­ver.

Cró­ni­ca de la visi­ta rea­li­za­da el 15 de diciem­bre de 2023.

Fotos: Adol­fo Pla­sen­cia

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