Ausiàs, de Pedreguer

Feli­cia y Ausiàs ante la facha­da de su res­tau­ran­te.

  • PEDREGUER

  • Cova San­ta, 2 (cer­ca del Ayun­ta­mien­to)

    Apar­ca­mien­to gra­tui­to a 200 metros en Car Park (Mes­tre Serrano, 21)

  • 650 443 223

  • Abre de jue­ves a sába­do al medio­día y por la noche; domin­go y lunes solo al medio­día; y cie­rra mar­tes y miér­co­les.

  • Dos menús: Valen­ti­na (cor­to) 58 €, y Ausiàs (lar­go) 78 €, vinos apar­te.

Paso a paso hacia la cumbre

Juan Lagar­de­ra

Hace poco más de un año que des­cu­bri­mos el nove­do­so res­tau­ran­te Ausiàs en el cas­co his­tó­ri­co de Pedre­guer, don­de un matri­mo­nio de coci­ne­ros, Ausiàs Sig­nes y Feli­cia Gue­rra, ini­cia­ban su pri­me­ra expe­rien­cia pro­fe­sio­nal pro­pia. Le augu­rá­ba­mos un regis­tro crea­ti­vo más que intere­san­te basa­do en la téc­ni­ca minu­cio­sa de la pas­te­le­ría –don­de empe­zó a des­pun­tar Ausiàs–, el deseo de tra­ba­jar con los mejo­res pro­duc­tos de la tie­rra a ser posi­ble –sin orto­do­xias–, y el impul­so de las bue­nas ambi­cio­nes que una pro­fe­sión como la coci­na crea­ti­va depor­ta.

Siguen en ello y pro­gre­san más que ade­cua­da­men­te. Su pri­me­ra hija, Valen­ti­na, ha cum­pli­do el año y da nom­bre a uno de sus menús. Casi ya anda y reco­no­ce a su tía Betlem Sig­nes, que se ha incor­po­ra­do al equi­po de sala jun­to a Feli­cia. El come­dor, aho­ra, es total­men­te flui­do y la infor­ma­ción sobre los pla­tos es ama­ble y cla­ra ade­más de tri­lin­güe. La coci­na de Ausiàs lo nece­si­ta para que se entien­da el buen tra­ba­jo de sus com­bi­na­cio­nes.

En los ape­ri­ti­vos ape­nas hay nove­da­des. Varios boca­dos afi­na­dos por pas­tas y tar­ta­le­tas, sua­ves y cru­jien­tes. Extrac­tos de cal­dos de pro­fun­do sabor, en este caso un cre­mo­so de pie­les de angui­la ahu­ma­da del que debe­ría ser­vir mucha más can­ti­dad. Con­ti­núa la tar­ta­le­ta de híga­do de cone­jo con rome­ro (bru­tal) y resul­ta muy gus­to­so el pepi­to de tape­na­de de oli­va negra con embu­ti­do de bufa.

(En Pedre­guer, ade­más de un gran fut­bo­lis­ta como José Luis Gayá, hay muy bue­na car­ni­ce­ría, así como tam­bién empre­sa­rios de éxi­to y can­tau­to­res lin­güis­tas reco­no­ci­dos).

Los prin­ci­pa­les del menú man­tie­nen la línea con­se­gui­da por Ausiàs, pero dan­do un sal­to hacia ade­lan­te. Las inten­cio­nes aho­ra son más cla­ras. Son pla­tos con una base pro­tei­ca poten­te (des­de una papa­da de cer­do a un buen pes­ca­do o un jarre­te), coci­na­da de modo sen­ci­llo y lo más natu­ral posi­ble, que se com­bi­na con algu­na ver­du­ra de sabo­res y tex­tu­ras rotun­das (casi siem­pre coles y simi­la­res), en una amal­ga­ma con sal­sas muy sápi­das. No hay más jue­gos mala­ba­res. Se tra­ta de acer­tar en las com­bi­na­cio­nes rela­ti­va­men­te sen­ci­llas y los peque­ños deta­lles. Así que el mar­gen que­da al arbi­trio del gus­to per­so­nal de cada cual por­que el esque­ma des­de el pun­to de vis­ta culi­na­rio es pare­ci­do y sin tram­pan­to­jos de alta coci­na mole­cu­lar.

Y he aquí lo que comi­mos como prin­ci­pa­les tras los ape­ri­ti­vos:

Ensa­la­da de baca­lao, berro y ajo fri­to. Cui­da­do­so y arries­ga­do empe­zar con el sabor tan rotun­do de un baca­lao desala­do.

Puche­ro en esca­be­che, pen­cas y len­gua. Una idea bri­llan­te la de redu­cir un cal­do cla­ri­fi­ca­do de puche­ro, esca­be­char­lo con un sua­ve vina­gre para impreg­nar tres boca­dos de car­do blan­quea­do y dos pin­chi­tos de len­gua de ter­ne­ra.

«Fabes sac­sa­des», man­za­ni­lla, men­ta y papa­da ibé­ri­ca. Nos vamos arri­ba, la sen­ci­llez de un pla­to ances­tral –las habas remo­vi­das por agi­ta­ción de la olla, la «sac­sa»–, que se albar­dan con un tocino sucu­len­to y nue­vos aro­mas: nou­ve­lle cui­si­ne valen­cien.

Sepia, coli­flor, leva­du­ra y ber­ga­mo­ta. Un pla­to difí­cil, aun­que el pun­to de la sepia está con­se­gui­do.

Como inter­me­dio, su clá­si­co sor­be­te de pimien­to en sal­mue­ra.

Den­tón asa­do con col con­fi­ta­da. Una com­bi­na­ción extra­or­di­na­ria, un lomo de uno de los pes­ca­dos más finos y pene­tran­tes de sabor con la pro­fun­di­dad de la col que tam­bién se asa. Can­di­da­to a pla­to del año para un ser­vi­dor.

Ciga­la con alli­pe­bre y cacahue­tes. Bueno, bueno, qué mara­vi­lla; una ciga­la de pla­ya medi­te­rrá­nea, gran­dio­sa, fres­quí­si­ma, coci­da en su pun­to y con una ver­sión sua­ve de alli­pe­bre al que se suma el retro­gus­to final del cacahue­te. Sen­sa­cio­nal.

Cor­de­ro asa­do con apio bola y lechu­ga. Se tra­ta de un ter­nas­co cria­do en los valles pire­nai­cos ara­go­ne­ses, de gran sabor. El apio bola es más dis­cu­ti­ble, pero la lechu­ga le aña­de fres­cu­ra y vola­ti­li­dad.

El final es un fes­ti­val seña­la­do para el dul­ce, pero que en Ausiàs se mues­tra muy con­te­ni­do, y com­bi­na­do con áci­dos y uma­mis. El pre­pos­tre de naran­ja y agret (la oxa­lis botá­ni­ca, una plan­ta sil­ves­tre que cre­ce en pri­ma­ve­ra y oto­ño en los cam­pos de la Mari­na), resul­ta una ajus­ta­da sín­te­sis de dul­ce y áci­do sobre un cana­pé de una sua­vi­dad muy agra­da­ble.

Le sigue un clá­si­co de la casa, otro éxi­to de anta­ño, el pos­tre de cho­co­la­te y tri­go sarra­ceno. Muy con­se­gui­do.

Y ter­mi­na­mos con una mona de Pas­cua con hela­do de acei­te de oli­va. La merien­da per­fec­ta.

Segui­mos, pues, hacien­do tareas de scou­ting con este coci­ne­ro que apun­ta hacia arri­ba. Muy arri­ba. De momen­to, le subimos medio pun­to, has­ta el nota­ble bien alto. Y pen­sa­mos en que ade­más del menú ya pue­de ser tiem­po de abrir­se a una car­ta don­de sus gran­des pla­tos empie­cen a con­so­li­dar­se a modo de clá­si­cos. Pue­de que se hayan ter­mi­na­do los tiem­pos de la crea­ti­vi­dad infi­ni­ta en los gran­des res­tau­ran­tes con una tro­pa de ayu­dan­tes.

Últi­ma visi­ta 12 de enero de 2025

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Cocina de contrastes a la conquista del futuro

Juan Lagar­de­ra

Todo pre­sien­te una atmós­fe­ra de entu­sias­mo, de apues­ta por el futu­ro. Un res­tau­ran­te nue­vo, un joven coci­ne­ro que no ha cum­pli­do ni de lejos la trein­te­na, sus joven­cí­si­mos com­pa­ñe­ros de sala, un local recién ins­ta­la­do, ape­nas unas sema­nas abier­to al públi­co y una joven coci­ne­ra con un her­mo­so emba­ra­zo que espe­ra salir de cuen­tas en bre­ve. El entu­sias­mo de la pri­me­ra aven­tu­ra culi­na­ria pro­pia y empre­sa­rial de una pare­ja de coci­ne­ros. Uno de esos momen­tos irre­pe­ti­bles.

Allí fui­mos, atraí­dos por el bri­llan­te currí­cu­lum de Ausiàs Sig­nes Mahi­ques, natu­ral de Barx (sí, el mis­mo Barx don­de empe­za­ron Ricard Cama­re­na y Mari Car­men Ban­yuls). Su abue­la regen­ta­ba la coci­na en el res­tau­ran­te del hos­tal El Rome­ral de este pue­blo, en la zona arqueo­ló­gi­ca y vera­nean­te de la Dro­va. Y tal vez por eso, cuan­do dejó los estu­dios de inge­nie­ría agro­ali­men­ta­ria y se fue a estu­diar a la escue­la de alta coci­na Le Cor­don Bleu de Madrid, decli­nó hacia la pas­te­le­ría. Le vio más cam­po de desa­rro­llo, más futu­ro y posi­bi­li­da­des. Allí cono­ció a Feli­cia Gue­rra, veni­da des­de Nica­ra­gua para estu­diar las artes culi­na­rias. Pasó por el Mou­lin Cho­co­lat de Madrid y por el anti­guo Joc­key con­ver­ti­do en Sadd­le.

Ausiàs se fue pron­to de pas­te­le­ro a Hues­ca, al bis­tró Tatau en la capi­tal del alto Ara­gón, un res­tau­ran­te con una estre­lla miche­lín. Y empe­zó a des­pun­tar y se hizo el jefe de la pas­te­le­ría. En 2021 gana un pre­mio al mejor pas­tel de cho­co­la­te (el pres­ti­gio­so Valrho­na de Bar­ce­lo­na) y en mar­zo de 2022 un jura­do pre­si­di­do por el gran maes­tro Paco Torre­blan­ca lo pro­cla­ma mejor pas­te­le­ro de Madrid Fusión. Ape­nas tie­ne enton­ces 26 años.

Lue­go vino la boda y el regre­so al Medi­te­rrá­neo. Le die­ron vuel­tas a varias posi­bi­li­da­des has­ta que encon­tra­ron el local ade­cua­do. Una casa de pue­blo en el cas­co vie­jo de Pedre­guer, cer­ca del mer­ca­do y el ayun­ta­mien­to, en el cora­zón de la Mari­na, ese lugar mági­co que con­ci­lia el mar y la peque­ña mon­ta­ña, con huer­tas y mar­ja­les, don­de se cul­ti­van vides y cerea­les casi des­de tiem­pos pre­his­tó­ri­cos.

El Ausiàs Res­tau­rant nos reci­be con la facha­da en azu­le­te y el inte­rior a media luz. Hay un pós­ter gran tama­ño de la his­tó­ri­ca expo­si­ción de Miquel Bar­ce­ló en el IVAM de 1995 con un pimien­to rojo, toma­tes y cebo­llas. Jun­to a la bode­ga, cuya car­ta no pue­de ser más ori­gi­nal y explo­ra­ble: una vein­te­na de blan­cos, inclu­yen­do bor­go­ñas y cha­blis, ade­más de vinos dul­ces (del genial y cer­cano Gutié­rrez de la Vega), gene­ro­sos (aten­ción a un mos­ca­tel seco tam­bién de la bode­ga de Par­cent) y rosa­dos (nos que­da­mos con las ganas de pro­bar un Le Puy mari­dan­do arroz). Los tin­tos son un reto, son todos vinos poco cono­ci­dos, muy per­so­na­les, con abun­dan­tes cal­dos fran­ce­ses e ita­lia­nos y una espe­cial apues­ta por els Alfo­rins (un Safrà de Pablo Cala­ta­yud, y un Sen­sal de Javi Revert). Decla­ra­ción de inten­cio­nes. Has­ta en la cris­ta­le­ría: los vasos de agua, ita­lia­nos con deta­lles de color; las copas de vino, mara­vi­llo­sa­men­te ultra­li­ge­ras, Spie­ge­lau.

A la que sigue, ya en la mesa, un pan recién hor­nea­do con las hari­nas autóc­to­nas del molino de Jesús Pobre (don­de han recu­pe­ra­do varie­da­des de tri­go como el rojal, los amo­rós o el far­tó), que no sir­ve para el boca­di­llo del almuer­zo sino para mojar acei­te ela­bo­ra­do con acei­tu­nas valen­cia­nas, un coupa­ge de villa­lon­gas y blan­que­tas de sua­ve y per­sis­ten­te sabor.

Pan y acei­te.

El menú lar­go comien­za con tres ape­ri­ti­vos don­de Ausiàs mues­tra ya su peri­cia pas­te­le­ra. Una oblea, una tar­ta­le­ta y un pas­te­li­to, de pas­ta finí­si­ma y una segui­da pro­cla­ma­ción de intere­ses: la refi­na­da incor­po­ra­ción a la coci­na de flo­res y tallos sil­ves­tres como el agret o el llic­só (al que lla­man la lechu­ga de las lie­bres), de embu­ti­dos tra­di­cio­na­les como la bufa (una mor­ci­llo­ta seca y redon­da), jun­to a una des­lum­bran­te cre­ma de híga­do de cone­jo, el mayor obje­to de deseo en una bue­na pae­lla valen­cia­na. Ape­ri­ti­vos que acom­pa­ña un deli­ca­do cal­do ver­de de hier­bas de la mon­ta­ña.

Tar­ta­le­ta de híga­do de cone­jo.

El pri­mer pla­to a con­ti­nua­ción es una ensa­la­da con una lechu­ga de los huer­tos cer­ca­nos, de tex­tu­ra fir­me y sabor equi­li­bra­do entre la amar­gu­ra y la dul­zor (de nue­vo la influen­cia pas­te­le­ra), que acom­pa­ña a una ostra gui­llar­deau ali­ña­da lige­ra­men­te por una sal­si­ta que no supe com­pren­der en qué con­sis­tía pero que no subor­di­na­ba el sabor yoda­do del bival­vo. Un pla­to tan sen­ci­llo como sobre­sa­lien­te.

Ensa­la­da de ostras.

Segui­mos con un esca­be­che de caba­lla, tal vez ins­pi­ra­do en los lige­ros esca­be­ches que pre­pa­ra Ser­gio Box en La Per­la de Xàbia. Este es extra­or­di­na­rio en suti­le­za, finu­ra y tex­tu­ri­za­ción. La caba­lla es lo de menos, por­que el esca­be­che está hecho con vina­gre de arroz, tie­ne ele­men­tos cru­jien­tes y un toque de bonia­to blan­co (de nue­vo, el dul­zor). Nota­ble.

Esca­be­che de caba­lla con bonia­to blan­co.

Lle­ga­mos a un pla­to de sepia con cre­ma de coli­flor. Correc­to. Ele­va­do por la entra­da en acción del olo­ro­so mos­ca­tel seco. La com­bi­na­ción daría para una tapa gana­do­ra en cual­quier cer­ta­men de coci­na medi­te­rrá­nea o anda­lu­sí. Curio­si­da­des que inte­rrum­pe el inter­me­dio del menú, un diver­ti­do sor­be­te de pimien­to ver­de en sal­mue­ra con toques de pipa­rra pican­te (els coents que lla­man en la Mari­na). Una ocu­rren­cia genial, la trans­fe­ren­cia de la tra­di­ción más arcai­ca a la cul­tu­ra de la alta coci­na. El camino valen­ciano para la reden­ción, ins­pi­ra­do en la rece­ta que Ausiàs des­cu­brió duran­te una estan­cia en el res­tau­ran­te Dos Esta­cio­nes de Valen­cia en tiem­pos de Iago Cas­tri­llón y Alber­to Alon­so: su mer­lu­za sobre sal­sa de pipa­rras (pre­mio del Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co, pre­ci­sa­men­te, al mejor pla­to del año en 2016).

Segun­da par­te. El pes­ca­do. O mejor, mar y mon­ta­ña: un sar­go real de la lon­ja de Denia acom­pa­ña­do por molle­jas del cora­zón de la vaca, col rus­ti­da con gra­sa tam­bién vacu­na y una sal­sa redu­ci­dí­si­ma de las espi­nas del pes­ca­do con vina­gre­ta de alga nori cru­jien­te. Inten­so, sua­ve, pro­fun­do, lige­ro, sabro­so, armó­ni­co pero man­te­nien­do las sin­gu­la­ri­da­des de todos los ele­men­tos. Un pla­to sobre­sa­lien­te alto, alto.

La car­ne entra en esce­na con un jarre­te de cor­de­ro (cria­do en la zona de Barx) en su pro­pio jugo y acom­pa­ña­do de apio­na­bo al den­te (sin lle­gar a ser un sal­sa­fí). Autén­ti­co y nota­ble de sabor. No hay suti­le­zas pero es siem­pre agra­da­ble reen­con­trar­se con el toque dul­zón y ver­da­de­ro del cor­de­ro que se ha cria­do en bue­nas con­di­cio­nes. Un home­na­je a la coci­na de su abue­la.

Jarre­te de cor­de­ro en la cazue­la.

El rema­te sala­do (en un menú mar­ca­do por la cons­tan­te de la dul­zu­ra) son unos callos de ter­ne­ra al alli­pe­bre. Un pla­to untuo­so gra­cias al colá­geno del morro y la tri­pa del ani­mal, más cer­cano al cap i pota cata­lán que a los callos madri­le­ños, en una ver­sión con aji­llo mucho más valen­cia­na que inclu­ye un allio­li negat (un alio­li que cuan­do va a cua­jar se sigue batien­do con más acei­te para espu­mar­lo). Un pla­to mani­fies­to que quie­re rei­vin­di­car la tra­di­ción siguien­do una vía pro­pia.

Callos en alli­pe­bre.

Expec­ta­ción ante los pos­tres. Una coca de acei­te con un cre­mo­so de limón meyer (híbri­do de cidra y naran­ja) con su piel en con­fi­tu­ra. Un atre­vi­mien­to den­tro de su sim­pli­ci­dad.

Coca de acei­te con cre­mo­so de limón meyer.

A con­ti­nua­ción, un finí­si­mo pos­tre de cho­co­la­te a la sal sobre una base de tri­go sarra­ceno (el de las galet­tes bre­to­nas) con fibra de lino (lini­na). Magis­tral. El camino de un pas­te­le­ro que entien­de el dul­ce siem­pre de modo come­di­do y en com­bi­na­ción armo­nio­sa con lo sala­do. Y que invier­te esa nor­ma cuan­do coci­na un pla­to teó­ri­ca­men­te sala­do, al que endul­za. Siem­pre en bus­ca del con­tras­te.

Cho­co­la­te sobre tri­go sarra­ceno.

Ter­mi­na­mos con un brio­che espon­jo­so que olía a cam­pos alpi­nos man­te­qui­llo­sos.

Brio­che en por­cio­nes.

Una comi­da de altí­si­mo nivel para un res­tau­ran­te recién abier­to, en fase de roda­je pero que apun­ta a un futu­ro espe­ran­za­dor y mucho más que bri­llan­te. De momen­to Ausiàs espe­ra una hija a la que lla­ma­rá Valen­ti­na (como el menú cor­to) y se ha deja­do bigo­te román­ti­co a lo Adam Dri­ver.

Cró­ni­ca de la visi­ta rea­li­za­da el 15 de diciem­bre de 2023.

Fotos: Adol­fo Pla­sen­cia

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