Saiti

El chef Vicen­te Pati­ño.

  • VALENCIA

  • Rei­na Na Ger­ma­na, 4

  • 960 054 124

  • Abre de lunes a sába­do de 13:30 a 15:00 horas. Y mar­tes, jue­ves, vier­nes y sába­do tam­bién de 20:30 a 21:30 horas.

La escapada ya en solitario de Vicente Patiño

Juan Lagar­de­ra

Vicen­te Pati­ño (Xàti­va, 1977), lle­va la hos­te­le­ría en la san­gre. Su fami­lia, como la mía, tuvo en tiem­pos un peque­ño ultra­ma­ri­nos en la mis­ma his­tó­ri­ca ciu­dad. Su padre fue todo un per­so­na­je públi­co en la cuna de los papas Bor­ja, regen­tan­do o crean­do loca­les míti­cos como la cafe­te­ría San Remo (año­ra­do su inimi­ta­ble gra­ni­za­do de limón azu­ca­ra­do) o el pub Bris­tol. Des­de que hizo la mili que Vicen­te qui­so ser coci­ne­ro pro­fe­sio­nal, como su madre. A los vein­ti­po­cos ya diri­gía los fogo­nes en el hotel Bue­na­vis­ta de Dénia. A los trein­ta y uno fun­dó en el barrio del Grao de Valen­cia su pri­mer res­tau­ran­te per­so­nal, Óleo, jus­to poco des­pués de con­sa­grar­se como coci­ne­ro reve­la­ción en Madrid Fusión.

En Óleo plan­tó la semi­lla de su leyen­da de gran chef. Él, que había apren­di­do con estre­llas como Miquel Ruiz o Nacho Man­zano (Casa Mar­cial, Astu­rias, don­de tam­bién estu­vo otro seta­ben­se, Edu Espe­jo), empe­zó a crear escue­la. Manu Yar­za, Pablo Mar­gós, Fer­nan­do Ferre­ro, Luis Asen­sio… se encuen­tran entre los coci­ne­ros jóve­nes que empe­za­ron jun­to a Pati­ño. Lue­go se embar­có en el falli­do pro­yec­to de La Emba­ja­da para cul­mi­nar con Sai­ti y Sucar en el Ensan­che sur de Valen­cia. Sucar (mojar, una sal­sa con el pan; expre­sión úni­ca de la len­gua valen­cia­na) tuvo que cerrar su incur­sión en la coci­na tra­di­cio­nal. Y Vicen­te se ha cen­tra­do en Sai­ti (Xàti­va en len­gua íbe­ra, de la que deri­va la voz lati­na Sae­ta­bis). Resul­ta, ade­más, un per­so­na­je afa­ble, muy apre­cia­do por sus com­pa­ñe­ros.

Óscar Torri­jos con el pre­mio del Alma­na­que otor­ga­do a Pati­ño en 2015.

Sai­ti es un peque­ño local en la calle Rei­na doña Ger­ma­na, entre el jar­dín del Turia y la ave­ni­da del Rei­no de Valen­cia, deco­ra­do median­te un esti­lo cáli­do y con ape­nas seis o sie­te mesas. El lugar per­fec­to para pro­po­ner un con­cep­to pro­pio, níti­do, sin com­pro­mi­sos con socios, inver­so­res y otros menes­te­res que se cru­zan en el des­tino de un crea­ti­vo de la coci­na. Allí bus­ca encon­trar su camino Vicen­te, recién cum­pli­dos los 46, un chef ya vete­rano, cur­ti­do en muchos fren­tes. Acu­di­mos a su res­tau­ran­te jun­to a otro pro­fe­sio­nal de lar­go reco­rri­do, mucho más lar­go toda­vía, tan­to que ya está jubi­la­do. Óscar Torri­jos.

Vaya por delan­te que he comi­do en muy diver­sas oca­sio­nes las pro­pues­tas de Pati­ño. Y me he deja­do sedu­cir por muchos de sus pla­tos. Recuer­do su excep­cio­nal revi­sión del putxe­ro valen­ciano un día de Navi­dad, su ensa­la­di­lla rusa –que ganó el con­cur­so nacio­nal de Lo Mejor de la Gas­tro­no­mía hace más de dos déca­das–, una excel­sa lie­bre a la royal que ni en Fran­cia han supe­ra­do, la cla­si­quí­si­ma raya a la man­te­qui­lla negra o sus mara­vi­llo­sos sal­mo­ne­tes con toma­ta de pen­jar, ver­sión que tam­bién hizo con la raya… Nun­ca he teni­do dudas sobre las cua­li­da­des culi­na­rias de Pati­ño ni sobre la noble­za de su empe­ño por supe­rar­se y seguir subien­do pel­da­ños. Tan es así que Vicen­te Pati­ño fue galar­do­na­do por el Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co de la Comu­ni­dad Valen­cia­na, en 2015.

Ocho años des­pués, Pati­ño sigue sien­do un gran­dí­si­mo coci­ne­ro, pero ha opta­do por aban­do­nar de su ofer­ta la car­ta que deja liber­tad de opción a sus clien­tes, pro­po­nien­do menús degus­ta­ción cerra­dos, si bien da la posi­bi­li­dad de ele­gir entre cua­tro alter­na­ti­vas en fun­ción de la can­ti­dad de pre­sen­ta­cio­nes. Más un posi­ble mari­da­je que se sus­ten­ta en una bue­na y ori­gi­nal car­ta de vinos.

Y es en ese empe­ño del chef de Xàti­va por pos­tu­lar un menú pro­pio por el que se auto-obli­­ga a inven­tar nue­vos pla­tos casi al com­ple­to cada tem­po­ra­da, don­de ha empe­za­do a sur­gir un pro­ble­ma a nues­tro jui­cio. Pues no todos los bue­nos coci­ne­ros son capa­ces de esta gim­na­sia crea­ti­va que ha ins­tau­ra­do la alta coci­na con­tem­po­rá­nea, pro­pul­sa­da por un Ferran Adrià cuyo éxi­to todos quie­ren emu­lar. Un Ferran que tuvo que tirar la toa­lla –para final­men­te reabrir su míti­co res­tau­ran­te como un museo y no para reno­var su acer­vo culi­na­rio– tras crear más de mil y pico rece­tas, tan mági­cas como irre­pe­ti­bles e inex­por­ta­bles. Una burra­da, que deja exhaus­to a cual­quie­ra, cir­cuns­tan­cia que tam­bién han pade­ci­do des­de el Noma de René Red­ze­pi a los her­ma­nos Roca.

Esa moda o cul­tu­ra del menú lar­go y estre­cho de degus­ta­ción se impu­so y ter­mi­nó por pon­ti­fi­car­se, de la mano de una serie de guías y de la crí­ti­ca espe­cia­li­za­da. Pero se tra­ta de una expe­rien­cia que no pue­de ser inter­pre­ta­da ad infi­ni­tum y que requie­re un gran sen­ti­do del rit­mo y de la armo­nía, casi musi­cal, sin­fó­ni­ca, para aña­dir valor a un rece­ta­rio. Pati­ño se con­cen­tra en ello. Y nos acla­ra que a él no le gus­tan los sobre­sal­tos, sino una espe­cie de menú más mini­ma­lis­ta, mono­cor­de. A mi esa tona­li­dad inva­rian­te me ter­mi­na por dejar insen­si­ble, me liqui­da la emo­cio­na­li­dad de la sor­pre­sa, de lo sor­pren­den­te. Y no es la pri­me­ra vez que me ocu­rre en Sai­ti recien­te­men­te. Lo para­dó­ji­co es que Pati­ño, quin­ce años des­pués de coro­nar­se en Madrid Fusión sigue sien­do un coci­ne­ro en cier­nes que toda­vía no ha alcan­za­do una estre­lla miche­lín, su vía cru­cis. Modes­ta­men­te, cree­mos que se equi­vo­ca, y que debe­ría recu­pe­rar sus mejo­res clá­si­cos para con­for­mar un Pati­ño his­tó­ri­co súpe­res­tar.

Vaya­mos a la comi­da, un menú VP de 65 euros, bebi­das apar­te.

Empe­za­mos con una mon­ta­ña rusa en los snacks con un encur­ti­do a años luz de los que die­ron pres­ti­gio a Pati­ño (el coli­na­bo esta­ba gomo­so), una tar­ta­le­ta dema­sia­do fría pero un exce­len­te mini­brio­che de titai­na, del que hubie­ra comi­do tres o cua­tro.

Cal­de­re­ta de gam­ba blan­ca, yema cítrica y pan sufla­do.

Lue­go vinie­ron los entran­tes, seis. Todos ellos con una tex­tu­ra pare­ci­da: ele­men­tos sóli­dos baña­dos en sal­sas y espu­mas. Una cier­ta sen­sa­ción de estar comien­do lige­ras varia­cio­nes, como en un con­cier­to rít­mi­co de un román­ti­co fran­cés (Satie o Debussy, ejem­plos de com­po­si­to­res de mucha nota sos­te­ni­da), sin ape­nas sobre­sal­tos. A Torri­jos le gus­ta­ron mucho las peque­ñas pelo­ti­tas de puche­ro coci­na­das con un esca­be­che de setas tur­mas (cria­di­llas). A mi tam­bién, un pla­to muy ajus­ta­do de aci­dez, tem­pla­do y con el toque jus­to de vina­gre de vino. Sober­bio. Lo mis­mo que el cala­mar con el gui­so de sus pati­tas. Sien­to debi­li­dad por los cefa­ló­po­dos. El res­to, bueno pero pre­vi­si­ble, por más que la cal­de­re­ta de gam­ba blan­ca se pre­sen­ta median­te una remar­ca­ble eje­cu­ción culi­na­ria.

El pla­to prin­ci­pal de pes­ca­do, una lubi­na con pil­pil, me dejó impre­sio­na­do por su des­tre­za téc­ni­ca. Y las espi­na­cas, en un pun­to muy difí­cil de lograr (des­de Joa­quim Koer­per que no comía unas tan bue­nas). En cam­bio, el prin­ci­pal de car­ne, un cor­de­ro des­mi­ga­do, era impo­si­ble, una ocu­rren­cia falli­da. Todo lo con­tra­rio que su pos­tre, per­fec­to de plan­tea­mien­to con un mara­vi­llo­so e ines­pe­ra­do toque de apio.

Lubi­na con pil­pil de amon­ti­lla­do y espi­na­cas.

En defi­ni­ti­va. Una bue­na comi­da, con alti­ba­jos y un rit­mo de pocos acor­des. Una comi­da que hubie­ra podi­do ser extra­or­di­na­ria si, ya sabi­do, uno hubie­ra podi­do ele­gir los cin­co pla­tos nota­bles que coci­nó con maes­tría la eter­na pro­me­sa de Vicen­te Pati­ño.

Y las notas de Óscar Torri­jos:

Los snacks: tar­ta­le­ta de caba­lla (7), brio­che de titai­na (8) y coli­na­bo encur­ti­do (5).

Lli­sa ahu­ma­da a la bra­sa con rábano encur­ti­do (7).

Esca­be­che de setas con pelo­ti­tas de puche­ro (9).

Alca­cho­fa, brio­che y espu­ma de acei­tu­na negra (7).

Curry de can­gre­jo azul y su sofri­to con espá­rra­gos (6).

Cala­mar, gui­so de sus inte­rio­res y gaz­pa­chue­lo (6).

Cal­de­re­ta de gam­ba blan­ca, yema cítri­ca y pan sufla­do (7).

Lubi­na sal­va­je con pil­pil amon­ti­lla­do y espi­na­cas (6).

Cor­de­ro a la man­te­qui­lla negra de café (5).

Meren­gue, limón y apio (7).

Apar­te hay que des­ta­car un exce­len­te olo­ro­so, la man­za­ni­lla pasa­da Maru­ja (9), un gran vino de gar­na­cha de Jumi­lla, El Molar de Casa Cas­ti­llo (9), un acei­te de oli­va Far­ga sobre­sa­lien­te (10) y un pan de masa madre sobre­va­lo­ra­do (4).

Visi­ta rea­li­za­da el 26 de abril de 2023.

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