Orma, de Alicante

Rubén, Mar­ta y Aarón.

Innovación e ilusión en la novedad gastronómica del año en Alicante

Ánge­les Ruiz

Orma es la nove­dad culi­na­ria del año en Ali­can­te. El run­rún de los men­ti­de­ros gas­tro­nó­mi­cos ya nos avi­sa­ba de ello y nues­tro ami­go y con­fi­den­te gour­met, José Luis Sán­chez, nos advir­tió de que mere­cía la pena visi­tar­les. Hay otras nove­da­des que recien­te­men­te han abier­to sus puer­tas en la ciu­dad y de las que dare­mos cuen­ta más ade­lan­te, pero en estas pro­pues­tas la comi­da no pare­ce ocu­par el papel este­lar y da la impre­sión de que se ha pues­to más el acen­to en la deco­ra­ción y la esce­no­gra­fía.

No es el caso de Orma. La deco­ra­ción del lugar es lo más pare­ci­do a los espa­cios sue­cos: mini­ma­lis­ta, fun­cio­nal, con ausen­cia de ador­nos, cua­dros o ele­men­tos que dis­trai­gan la aten­ción de lo prin­ci­pal. A esto se suma que vamos a mesa des­nu­da, sin man­tel o simi­la­res. Tra­ba­jan con dos menús: el cor­to (62 €) y el menú expe­rien­cia. Para com­ple­tar­los, si que­re­mos que el fes­tín sea memo­ra­ble se pue­de soli­ci­tar gam­ba roja traí­da de la lon­ja de San­ta Pola o quis­qui­lla her­vi­da en agua de mar.

La comi­da empie­za en la mesa madre, en la que uno de los chefs hace las veces de anfi­trión expli­can­do la filo­so­fía de la casa e invi­tan­do a pro­bar, a modo de fin­ger­food, ver­sio­nes de peque­ños boca­dos tra­di­cio­na­les. Pri­me­ro, una ensa­la­da de toma­te asa­do y cape­llán, des­pués un embu­ti­do tra­di­cio­nal, el blan­quet, que han rein­ter­pre­ta­do ela­bo­rán­do­lo con codor­niz. Al ser esta de car­ne magra, han teni­do que sumar la gra­sa de la papa­da de cer­do para hacer­la más pala­tal. Muy con­se­gui­do.

Aquí en la dis­tan­cia cor­ta, de pie fren­te a la cáli­da mesa de made­ra y tras ser­vir­nos una deli­cio­sa ver­sión del dátil de Elche con fal­so bei­con, des­cu­bri­mos que Aarón y Rubén, los chefs pro­pie­ta­rios, ya lle­va­ban tiem­po tra­ba­jan­do jun­tos. Afian­za­ron su amis­tad duran­te ocho años en el res­tau­ran­te La Fin­ca de Elche a las órde­nes de la chef Susi Díaz. Lue­go, antes de con­ver­tir­se en socios, para pro­bar su gra­do de afi­ni­dad, estu­vie­ron rea­li­zan­do comi­das pri­va­das por encar­go.

Cape­llán bra­sea­do y toma­te.

Tras la visi­ta a la mesa cen­tral se pasa a la sala don­de dis­cu­rre el res­to de la comi­da. En pri­mer lugar, un buen pan de cala­ba­za de masa madre, que les ela­bo­ran en la pana­de­ría La Royal de Elche, acom­pa­ña­do de acei­te de la varie­dad autóc­tono chan­glot real (una varie­dad muy ali­can­ti­na que reci­be este nom­bre por su pare­ci­do a un raci­mo de uvas) de la alma­za­ra Can­de­la, tam­bién ili­ci­ta­na. Sobre la mesa sal de ahu­ma­dos y unas ori­gi­na­les almen­dras de ape­ri­ti­vo que encur­ten ellos mis­mos.

Almen­dras encur­ti­das.

Peque­ños boca­dos se orde­nan por inten­si­dad. El pri­me­ro lo han titu­la­do Tri­lo­gía de cala­mar, y con­sis­te en un tar­tar de cala­mar con sal­sa ame­ri­ca­na a la que se ha adi­cio­na­do tin­ta de cala­mar, un mini crua­sán de man­te­qui­lla y con­so­mé de can­gre­jo. Le siguen el Espá­rra­go blan­co y gam­ba blan­ca, Fábu­la del cone­jo y la tor­tu­ga, Toma­te seco y melo­co­tón, Almen­dros de la huer­ta del Vega Baja y, por últi­mo, El cor­de­ro. 

Almen­dros de la huer­ta de la Vega Baja.

Fábu­la del cone­jo y la tor­tu­ga.

Para lim­piar el pala­dar lle­ga Naran­ja y pome­lo, que bien cum­ple su fun­ción. Nos hizo gra­cia la defi­ni­ción de nues­tra com­pa­ñe­ra de mesa, Ainur, rusa de ori­gen, que los des­cri­bió como: «deli­cio­sos bom­bo­nes con exte­rior cru­jien­te que pare­cen de licor, con sopa por den­tro.»

A con­ti­nua­ción, se sir­ve la Dora­da a la sal, de pis­ci­fac­to­ría, pie­zas de unos 250 a 300 gra­mos, con ven­tres­ca en semi­sa­la­zón de misho y rega­liz; una pena que estu­vie­ra dema­sia­do pasa­da de pun­to de coc­ción.

Para ter­mi­nar el menú cor­to con dul­ce­ría sir­ven un pos­tre de Coli­flor, cho­co­la­te blan­do y caféy otro de Leche de cabra, cirue­la y can­tue­so.

Los Petit fours lle­gan con el café, per­fec­tos, deli­ca­dos y no exce­si­va­men­te dul­ces.

Petit fours.

Al ser una mesa inter­na­cio­nal, nos decan­ta­mos por fina­li­zar a la fran­ce­sa, con tabla de que­sos. Cua­tro: tron­chón de leche cru­da de cabra de Cas­te­llón, de leche de cabra de Mur­cia con trein­ta meses de cura­ción, que­so azul de leche cru­da de ove­ja de Mur­cia, y que­so de la Sie­rra de Espa­dán. Acom­pa­ñan unas tos­tas cara­me­li­za­das y una exce­len­te com­po­ta de toma­te que recuer­da al arrop i tallae­tes (24 €).

Tabla de que­sos con com­po­ta de toma­te.

En resu­men, el menú bus­ca pro­duc­tos humil­des de la zona para lograr pla­tos que guar­dan rela­ción con el rece­ta­rio tra­di­cio­nal y que los chefs rein­ter­pre­tan. La secuen­cia de peque­ños boca­dos está logra­da, resul­tan ori­gi­na­les y gus­to­sos. La rela­ción cali­dad pre­cio es bas­tan­te bue­na, la aten­ción en sala, a car­go de Mar­ta, resul­ta cer­ca­na y ama­ble. En gene­ral, la aten­ción en el res­tau­ran­te podría resu­mir­se como «juven­tud divino teso­ro», no pare­ce que nadie supere los trein­ta y se res­pi­ra entu­sias­mo, ilu­sión, fres­cu­ra y ama­bi­li­dad, valo­res que pue­den con­tra­rres­tar en algún momen­to a la fal­ta de expe­rien­cia.

La car­ta de vinos es escue­ta. Con posi­bi­li­dad de mejo­ra sobre todo en el caso de los blan­cos y los cavas.

No le encon­tra­mos sen­ti­do al jue­go pre­ci­sa­men­te de los sen­ti­dos. Está for­za­do, ya que no corres­pon­den los car­te­les que lle­gan a la mesa con lo que se está degus­tan­do. Pero no des­ve­la­re­mos más, espe­ra­re­mos a que uste­des lo valo­ren. Por lo demás, le desea­mos lar­ga y exi­to­sa vida a esta pro­pues­ta que, con su nom­bre, Orma, ha que­ri­do ren­dir un home­na­je a la indus­tria del cal­za­do de Elda y por el camino se han zam­pa­do la «H».

Es una pro­pues­ta que si evo­lu­cio­na y lle­ga al lar­go reco­rri­do es «estre­lla­ble» y «solea­ble».

Últi­ma visi­ta 15/11/2024


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