Rosi, Lluís y Mari Rosa.
Tradiciones auténticas
Juan Lagardera
Tres o cuatro generaciones cumple Casa Rosita en la localidad de Jesús Pobre, uno de los pueblos que mejor ha conservado su esencia en la Comunidad Valenciana. La memoria familiar de los Pons Puig se pierde en la noche de los tiempos. Pero lo bien cierto es que en la calle principal de Jesús Pobre, una localidad con estatuto de entidad autónoma que para algunas cosas depende de Dénia aunque se encuentre más cerca de Gata de Gorgos, existe desde hace décadas esta Casa Rosita, con sus portalones y zócalos antiguos, su barra abierta a la sala de bienvenida, terraza interior y un comedor con chimenea que se enciende cada vez menos, porque ahora, salvo temprano en las mañanas con rocío del invierno, ya no hace frío en Jesús Pobre, refugio de jubilados europeos, deportistas que huyen de la hibernación del norte así como de artesanos vinculados al gran Riu-Rau colectivo que atrae todos los domingos a numerosos curiosos de la comarca.
A día de hoy, gobiernan la Casa los hermanos Lluís y Rosi, junto a sus respectivas parejas, Mari Rosa en especial desde la cocina, y Jaume. Abren de buena mañana y cara al fin de semana cierran a las doce de la noche, y salvo los miércoles, sirven todos los días de la semana, incluso festivos, batallando sin descanso, primero con los bocadillos matutinos, al mediodía con unos menús imbatibles de precio (13 euros) y por la noche tirando más a las tapas y el picoteo. El ritmo es frenético, pero el equipo está más que engrasado para que el servicio sea raudo y eficaz. Según qué días, los turnos dobles se suceden. El domingo, por ejemplo, conviene reservar porque acudir a los mercadillos del Riu-Rau de Jesús Pobre se ha convertido en una excursión habitual para vecinos y turistas. En esos arcos, donde a veces se canta country y folk anglosajón, reside una de las esencias del Mediterráneo, la del comercio de la pasa de las uvas moscatel, de cepas que vinieron de Alejandría, pero cuyas pasas terminaron en los plum cakes británicos, generando riqueza en la Marina y modificando para siempre tanto sus costumbres como la arquitectura popular.
Tras mucho esfuerzo diario, Rosi y Mari Rosa, herederas del Rosita, han conseguido ser reconocidas por la Repsol con un Solete. Se lo merecen, por el empeño en el trabajo y por ser fieles al recetario que han heredado de padres y abuelos. Aquí se prepara la cocina de toda la vida en las casas del pueblo. Siempre hay una buena ensalada con sus encurtidos, coents (piparras picantes), cebollas dulcísimas y aceitunas aliñadas, aunque en verano la cosecha propia de tomates es realmente fabulosa. Las salazones y las anchoas en aceite también son recomendables.
A diario suele haber pilota envuelta en hoja de col rizada y caldito del puchero, lo cual siempre se agradece, y una buena fuente con pa torrat y all i oli. La fritura, de escombros (calamarcitos rebozados solo con harina) o de pescaíto, es impecable. Y lo mismo cabe decir del hígado a la plancha, una de las especialidades de la casa. Una plancha que optimiza, incluso, la merluza atlántica.
Hay también arroces, en especial del senyoret, seco y en su punto para la paella. Más curioso y opinable, en cambio, resulta su afamado arroz con lomo y cebolla, que debe su éxito a su potencia de sabor. Hay que encargarlo con antelación, no obstante. En cualquier caso, la visita a Casa Rosita en busca de reencontrar el tipismo culinario olvidado bien vale la pena.
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