Barra de culto
Ángeles Ruiz
Nou Manolín es más que una barra y un restaurante alicantino, es un emblema de la ciudad, porque hay restaurantes que trascienden, instalándose en la memoria colectiva y logrando formar parte de su intrahistoria. Eso es Nou Manolín.
Este establecimiento es reflejo de la idiosincrasia alicantina, de sus costumbres alimentarias, fiestas, tradiciones, paisajes agrícolas y productos. A través del más medio siglo que acarrea a sus espaldas (fundado por Vicente Castelló y Vicentina Such en 1971 y que en la actualidad gestionan sus hijos, Silvia y José Juan) se podrían rastrear los cambios que se han producido en nuestros hábitos y usos en la mesa y en la barra. Del mismo modo, se aprecian las transformaciones que ha experimentado nuestra agricultura y nuestra despesa. A través de sus platos, nos adentramos en el corpus de las recetas tradicionales alicantinas y en las preparaciones que hemos tomado prestadas de otras latitudes. Tradición y globalización sobre el mismo mantel.
Para reconocer el secreto de su éxito no hay más que echar un vistazo a su barra, siempre repleta de la mejor calidad, y tirar escalera arriba para el restaurante. Por el camino encontraremos enmarcados los retratos con dedicatoria de los clientes que han pasado por esta casa, entre los que se encuentran premios Nobel, afamados chefs, actores, folclóricas, roqueros o empresarios.
Nou Manolín es un ejemplo del sostenimiento de las tradiciones culinarias y la defensa del producto de calidad convertido en un modelo de negocio moderno e internacional. De hecho, el mismísimo chef Joël Robuchon, cliente asiduo del local, se basó en este modelo para desarrollar la barra de sus l’Ateliers. Su mano derecha, el reconocido empresario y asesor Joan Moll, quien lo acompañaba en estas incursiones gastronómicas, nos cuenta que cuando le preguntaban cuál era su restaurante favorito del mundo solía decir que era «la barra del Nou Manolín». El mítico chef francés apreciaba mucho el estilo de servicio del personal de Nou Manolín, cercano, amigable y correcto, siempre pendiente de lo que demanda la clientela. Un ejemplo de esto es su jefe de sala en el restaurante, Casto Copete, la sabiduría y la elegancia profesional.
En la barra se van los ojos a la gamba roja y la cigala dispuestas en forma de pirámide egipcia en grandes lebrillos con cama de hielo. También se asoman por aquí salmonetes, quisquillas, erizos, alguna que otra langosta y otras delicias de la mar. Pero el picoteo puede ser más sencillo a base de pajaritos de la huerta (pimientos fritos), patata de río con allioli, croquetas, ensaladillas, buñuelos…
También se puede hacer un homenaje a la cultura de l’esmorzar a base frituras, quesos, embutidos, salazones, jamón ibérico o unos socorridos montaditos. La barra rebosa frescura y abundancia. Nos gustan sus platos de cuchara del día entre los que no fallan los clásico arroces y los canelones de la casa. El Nou Manolín tiene gran éxito entre los turistas, cada vez más. Muchos son los días en los que, antes de que abran, se monta cola en la puerta para disputarse un taburete en la barra, donde no se admiten reservas.
En esta ocasión, tras un ligero picoteo en la barra subimos al comedor y nos dejamos aconsejar por Casto Copete, que escogió para nosotros, de entre los platos de la carta, aquellos que permitían confeccionar un menú veraniego.
Disfrutamos de una comida consistente en un bonito en escabeche con sopa de mango y fruta de la pasión así como unas verduras de temporada con una espuma de albahaca y piñones. Recomendamos ambos platos, bien ejecutados, refrescantes y gustosos. Completamos con unas albóndigas caseras al vino, plato que está en el menú de la casa todos los días.
Última visita 19 de junio de 2025