El Bressol

Mesas de la sala del Bressol

Mesas en la sala del Bres­sol.

  • VALENCIA

  • Serrano Mora­les, 11

  • 667 687 165

  • Abre: De lunes a vier­nes de 13:30 a 15 horas. Y de 20 a 22:30 horas. Abre sába­dos de 13:30 a 15 horas. Cie­rra: Domin­gos.

Una noble gruta del mar

Juan Lagar­de­ra

José Vicen­te Pérez Jimé­nez, hijo de taxis­ta y de coci­ne­ra, Petra (cuyo rece­ta­rio es como una reli­quia), lle­va toda su vida en la res­tau­ra­ción. Pri­me­ro corre­tean­do con su madre, una gui­san­de­ra de aúpa en la Taber­na Alká­zar, el local que visi­ta­ban tore­ros y tau­ró­ma­cos cada tar­de de fae­nas en la cer­ca­na Pla­za de Toros. Duran­te años, la gas­tro­no­mía más cara y sun­tuo­sa de Valen­cia estu­vo en esa calle, Mosén Fema­des, don­de aún hoy se pue­de comer muy dig­na­men­te por más que allí no haya lle­ga­do la revo­lu­ción de la alta coci­na. Tam­po­co hace tan­ta fal­ta.

Tras com­pa­gi­nar estu­dios con sus pini­tos en cafe­te­rías y res­tau­ran­tes (inclu­so estu­vo de apren­diz en los mon­ta­di­tos de José Luis y en el Zala­caín madri­le­ño), José Vicen­te for­mó par­te muy joven del equi­po de sala en La Hacien­da, otro míti­co local valen­ciano situa­do en Nava­rro Rever­ter, don­de muchos apren­di­mos a comer como gran­des seño­res en los años 80 de la mano de Anto­nio Larraz. Allí ser­vía unas impre­sio­nan­tes cazue­li­tas de atún ence­bo­lla­do o len­te­jas con pichón, y allí cono­ció a un genio de los fogo­nes, Naza­rio Cano, de incons­tan­te ful­gor en el tra­ba­jo.

José Vicen­te andu­vo de allá para acá, se casó con Car­men Enguix, car­cai­xen­ti­na, que pron­to des­ta­có como coci­ne­ra y repos­te­ra. Jun­tos fun­da­ron su pro­pio res­tau­ran­te, El Bres­sol (la cuna), en Joa­quín Cos­ta (y en la calle Sala­man­ca), pleno barrio del Ensan­che. Aquel Bres­sol fun­cio­na­ba como un local para ini­cia­dos, casi en secre­to, sin ampa­ro de guías que enton­ces no pro­li­fe­ra­ban como aho­ra. Un espa­cio alar­ga­do y neu­tro con la coci­na al fon­do, pero aquí empe­zó a fra­guar­se la leyen­da de José Vicen­te. Aquí coci­na­ba Car­men un arroz cal­do­so de pato (focha) con rebo­llo­nes y espi­na­cas (con un lige­ro toque de cane­la) que un ser­vi­dor selec­cio­nó para Lo Mejor de la Gas­tro­no­mía, cuyo gurú, Gar­cía San­tos, pre­mia­ría tam­bién al Bres­sol como uno de los gran­des tem­plos de pro­duc­tos del mar.

La juer­ga mari­ne­ra de José Vicen­te se fra­guó gra­cias a sus con­tac­tos con pes­ca­do­res de todas las pro­ce­den­cias. José Vicen­te no iba a las lon­jas, le traían el géne­ro direc­ta­men­te en neve­ri­tas de mano: las gam­bas y lan­gos­tas, los meros de diez kilos, las lubi­nas sal­va­jes… y tam­bién pro­duc­tos míti­cos como les cai­xe­tes y los llon­gos, los dáti­les de mar y les espar­den­yes o cohom­bros, las orti­gui­llas o ané­mo­nas, los meji­llo­nes de roca… un uni­ver­so de molus­cos, cefa­ló­po­dos y equi­no­der­mos como en nin­gún otro lugar. Ni en la más sur­ti­da de las pes­ca­de­rías de la ciu­dad.

Eran tiem­pos de coci­nas de van­guar­dia, de bio­quí­mi­ca avan­za­da, pero la ermi­ta del pro­duc­to que esta­ba levan­tan­do José Vicen­te ya era visi­ble y bien comes­ti­ble. Cuan­do des­pe­ga­ba vino una pri­me­ra gran cri­sis y nues­tro hom­bre cerró el local. Se fue a la Chi­na. O eso dice. Se con­vir­tió en un soli­ta­rio y tra­jea­do lobo este­pa­rio, des­hi­zo su alian­za con Car­men y andu­vo otra vez de aquí para allá. En hote­les y en Beni­dorm –de nue­vo con Naza­rio en un bre­ve pero míti­co peri­plo a dúo en la capi­tal euro­pea del turis­mo don­de pocos comen medio bien–. De vuel­ta a Valen­cia, a un nue­vo res­tau­ran­te a dos pasos del mar, por poco tiem­po.

Y final­men­te regre­sa al Ensan­che, a un peque­ño local en la calle con más loca­les gas­tro­nó­mi­cos de la ciu­dad, Serrano Mora­les, entre el río y Cáno­vas. Rena­ce El Bres­sol, a puer­ta cerra­da, sin anun­cios ni man­dan­gas. Solo para cono­ce­do­res y entre­ga­dos, como si fue­ras a un bar clan­des­tino de cuan­do la ley seca. Lla­mas al tim­bre, te obser­van por la miri­lla y ade­lan­te. Un local des­po­ja­do, con la míni­ma deco­ra­ción y una tami­za­da luz natu­ral. Las pare­des de ladri­llo vis­to. Y refri­ge­ra­do­res para los vinos. Como una gru­ta secre­ta al final de la cual se des­cu­bren los teso­ros cap­tu­ra­dos por el cor­sa­rio.

Meji­llo­nes de roca.

Otra vez la cri­sis azo­ta la res­tau­ra­ción, esta vez por mor del con­fi­na­mien­to de la pan­de­mia. José Vicen­te se apun­ta al take away y se sos­tie­ne gra­cias a bue­nas ensa­la­das de maris­co, tapeo de cefa­ló­po­dos y a unos por­ten­to­sos gui­sos de gus­to­si­dad excep­cio­nal, como las pochas o los gar­ban­zos con sepia o con gam­bi­tas. Mien­tras tan­to, se agran­dan las reser­vas de su bode­ga, en espe­cial de sus cham­pag­nes fran­ce­ses. Extra­or­di­na­rios, de infi­ni­tos pre­cios, des­de 50–60 euros a más de 4.000. La sala, el alma­cén y has­ta la mis­ma casa de José Vicen­te están lle­nas de bote­llas espu­man­tes. A día de hoy, lo dice de memo­ria y con exac­ti­tud, cuen­ta con 221 refe­ren­cias de cham­pag­ne. Es de supo­ner que la 222 entra­rá una de estas pró­xi­mas sema­nas.

Con la nor­ma­li­dad tam­bién ha vuel­to Car­men, bajo el rece­ta­rio de Petra Jimé­nez que ate­so­ra José Vicen­te como un incu­na­ble. O sea, que aun­que haya otros coci­ne­ros por los fogo­nes, quien man­da en la coci­na es el saber enten­der de José Vicen­te con su culi­na­ria here­da­da. Pasión por el mar, vene­ra­ción por el pro­duc­to y un inten­to cer­cano al sin­toís­mo para lograr la míni­ma inter­ven­ción sobre los fru­tos del mar. Se tra­ta de res­ca­tar sabo­res per­di­dos, ori­gi­na­rios, de aro­ma­ti­zar con sali­tre, dejar gra­sas y espe­cias, arrum­bar­las.

El pase del día de hoy comien­za con la car­ta de la bode­ga, la úni­ca exis­ten­te. De comer se encar­ga José Vicen­te, que sale por el come­dor con un carri­to don­de expo­ne su par­ti­cu­lar lon­ja de cap­tu­ras recien­tí­si­mas. Hay rémol (el roda­ba­llo medi­te­rrá­neo, menos man­te­co­so que el can­tá­bri­co y menos pro­fun­do de sabor en con­se­cuen­cia, pero lleno de mati­ces natu­ra­les si es gran­de y fres­quí­si­mo como el que trae José Vicen­te). Y hay mero… y como, casi siem­pre, lomo de atún rojo (que se ha hecho ya famo­so por ser­vir­lo en cru­do con la sala­zón del mis­mo túni­do ralla­da como adi­ta­men­to)… Más gam­bas y gam­bo­sí, clotxi­nas y orti­gui­llas, pun­ti­lli­tas, coco­chas de pes­ca­di­lla, raons o peces lori­to…

Chopitos guisados con habitas baby, ajos tiernos y tomate seco, del restaurante El Bressol

Cho­pi­tos gui­sa­dos con habi­tas baby, ajos tier­nos y toma­te seco.

Des­cri­ba­mos la comi­da de hoy:

Un cham­pag­ne sobre­sa­lien­te, de pre­cio mode­ra­do (80 €) y uva mono­va­rie­tal (pinot noir): Fidè­le, de Vouette&Sorbée. Poten­te y aro­má­ti­co, mine­ral, pleno en boca. De la región de la Cham­pag­ne, en Côte des Bar.

Extrac­to de sopa de maris­co, con pre­do­mi­nio del sabor a gale­ra. Per­fec­ta para empe­zar la fies­ta. Te sitúa en la parri­lla de sali­da. Gen­ti­le­za de la casa. José Vicen­te pone en guar­dia para que no se abu­se del pan.

Meji­llo­nes de roca. Mucho más peque­ños que los de batea. Pero con un sabor marino incon­fun­di­ble, pro­fun­do, cora­lino.

Orti­gas de mar en tem­pu­ra. Tan gor­das que en coci­na se exce­die­ron con la fri­tu­ra para que no se des­pa­rra­ma­ran. Uno de mis boca­dos favo­ri­tos. El mar asal­tan­do el pala­dar con una doble tex­tu­ra de gran con­tras­te, el cru­jien­te y la babo­si­dad. Una segun­da tan­da de ané­mo­nas resul­tó per­fec­ta.

Pun­ti­llas (o cho­pi­tos) con habi­tas, aje­tes y toma­te con­fi­ta­do. Mara­vi­llo­so pla­to. Reco­noz­co mi pre­di­lec­ción por los gui­so­tes. Este es liviano, sin acei­te. Los peque­ños chi­pi­ro­nes pocha­dos con habi­tas baby, ajos tier­nos y toma­tes secos… Ajus­ta­dos, per­fec­tos. Nos aca­ba­mos el pan mojan­do un cal­di­to pri­mo­ro­so, el que suel­tan estos cala­mar­ci­tos, sin hacer caso a los dis­cur­sos de José Vicen­te. Sale de la coci­na Car­men y la salu­da­mos. El equi­po fun­cio­na.

Lle­ga­dos al inter­me­dio des­fi­lan las gam­bas raya­das como si fue­ran cheer­lea­ders. De Dénia, en reali­dad del canal de Ibi­za, por don­de nave­gan los pes­ca­do­res dia­nen­ses, en bus­ca de un teso­ro que nace en sus pro­fun­di­da­des, un lugar úni­co, don­de las aguas cáli­das medi­te­rrá­neas detie­nen el avan­ce de la corrien­te fría atlán­ti­ca que ha pene­tra­do por el estre­cho. José Vicen­te nos pro­po­ne coci­nar­las a la sal, para que se cue­zan en sus jugos. Insis­ti­mos con una pro­pues­ta her­vi­da con agua de mar (o muy sali­ni­za­da), la que con­sa­gró el Pego­lí y san­ti­fi­can aho­ra en el Fara­lló. Pro­ba­mos una de cada, en com­pe­ti­ción. La her­vi­da sigue sien­do subli­me, imba­ti­ble. La gam­ba a la cos­tra de sal pier­de por su cabe­za, que no tie­ne tan­ta dul­zu­ra y exqui­si­tez como la her­vi­da, pero tal vez sea más sucu­len­ta en la car­ne. Tal vez. Pero la sedo­sa cabe­za man­da. Uno de los gran­des pro­duc­tos del mun­do, por enci­ma inclu­so del caviar del Cas­pio y, des­de lue­go, de angu­las o per­ce­bes, a la altu­ra del buey de Kobe, o más.

Cane­lón relleno de ciga­las y zanaho­ria con cebo­lla en bru­noi­se.

Toma­mos a con­ti­nua­ción una de las nove­da­des culi­na­rias del Bres­sol, un gran cane­lón relleno de mollas de ciga­las rotas, gui­sa­di­tas con zanaho­ria y cebo­lla en bru­noi­se con una sal­sa ame­ri­ca­na. Muy sabro­so, pero un pun­to des­tar­ta­la­do en la pre­sen­ta­ción. Le fal­ta finu­ra, finez­za La pas­ta blan­di­ta, dema­sia­do.

Lle­ga­mos al final, media ración de rémol, sella­do y coci­na­do al horno sin nada más que el pes­ca­do. Deli­cio­so. Sin la poten­cia del roda­ba­llo, pero para nada insí­pi­do como los rémol que hemos pro­ba­do en otros luga­res. Es sal­va­je, no hay duda, por­que se tra­ta de una espe­cie que no pue­de repro­du­cir­se en pis­ci­fac­to­ría. De nue­vo, nos encon­tra­mos ante un coci­na­do sen­ci­llo, míni­mo, que bus­ca mos­trar todo lo más autén­ti­co y pro­fun­do del pro­duc­to. Lo con­si­gue.

Lo que des­ubi­ca es que, jun­to a la por­ción del pes­ca­do, José Vicen­te pre­sen­ta una sal­se­ra con un pis­to que rin­de home­na­je a Petra. Un pis­to de horas y horas a fue­go len­to, con toma­tes y pimien­tos esco­gi­dos, sin azú­car, y que con­si­gue aca­bar con la aci­dez. Poten­tí­si­mo. Para hacer relle­nos de empa­na­di­llas u hojal­dres. Un pis­to bru­tal que no armo­ni­za con la livian­dad del pes­ca­do pri­mi­ge­nio. Nos lo comi­mos apar­te, obvia­men­te, con otro gran tro­zo de pan. Renun­cia­mos, qué se le va a hacer, a los que­sos y a los pos­tres de Car­men. La pró­xi­ma vez.

Una comi­da nota­bi­lí­si­ma en defi­ni­ti­va, que podría alcan­zar la barre­ra del sobre­sa­lien­te cui­dan­do un pelín más las pre­sen­ta­cio­nes y los acom­pa­ña­mien­tos. Pero José Vicen­te se ha vuel­to un mon­je tibe­tano al ser­vi­cio de la aus­te­ri­dad del mejor pro­duc­to, ese que él con­si­de­ra invio­la­ble en la coci­na.

Visi­ta rea­li­za­da el 19 de mayo de 2023.

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