Quique Dacosta Restaurant

puntuacion9 almanaque gastronómico
Quique Dacosta con pulpo

El chef Qui­que Dacos­ta.

  • DÉNIA

  • Carre­te­ra Las Mari­nas, km 2, esqui­na con calle Ras­cas­sa, 1 (mapa)

  • 965 784 179
  • Hora­rio de 13:30h a 14:00h y de 20:30h a 21:00h.
    Cie­rre a las 17:30 y a las 00.30h res­pec­ti­va­men­te.

  • Cie­rra: lunes y mar­tes, sal­vo julio y agos­to
    Vaca­cio­nes: des­de media­dos de diciem­bre has­ta el 5 de febre­ro.

En el castillo de la playa de Quique Dacosta

Juan Lagar­de­ra

Tres estre­llas Miche­lin sos­te­ni­das des­de hace una déca­da (en 2012 obtu­vo la ter­ce­ra), sin aban­do­nar la casa madre en la pla­ya del Poblet de Denia. Y con­si­de­ra­do por la revis­ta bri­tá­ni­ca Res­tau­rant en el pues­to 74 de los mejo­res del mun­do, el octa­vo espa­ñol. Para el legen­da­rio crí­ti­co Rafael Gar­cía San­tos es, tras la reti­ra­da de Ferran Adrià, el mejor coci­ne­ro espa­ñol, con una pun­tua­ción de 9,75 sobre 10 y en igual­dad con los her­ma­nos Roca y el Noma de Copenha­gue. En todas las edi­cio­nes del Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co de la Comu­ni­dad Valen­cia­na, des­de el año 2008, ha sido con­si­de­ra­do el núme­ro uno, con notas fue­ra de con­cur­so dada su con­di­ción excep­cio­nal.

Se tra­ta de Qui­que Dacos­ta, y acu­di­mos este año entra­do el mes de octu­bre al res­tau­ran­te que aho­ra lle­va su nom­bre. Su tem­po­ra­da empie­za en mar­zo, así que esta­mos en el perio­do de máxi­mo roda­je y correc­ción de su menú, Coci­nar belle­za, que así le lla­ma. No es el pri­me­ro que bus­ca el valor plás­ti­co de la coci­na, cono­ce­mos más de uno que anda ancla­do en ese tipo de pro­yec­to visual y no avan­za. Gui­ños pre­ten­cio­sos sin rece­tas a la altu­ra. No es el caso de Qui­que, siem­pre ansio­so por conec­tar con el arte como ya hicie­ra con sus sal­mo­ne­tes que ser­vía en pla­to de cris­tal bajo el que se veía una gama de colo­res ana­ran­ja­dos de Mark Roth­ko, o con su famo­sa ostra Gug­genheim que toda­vía con­ser­va en la car­ta del Poblet de Valen­cia, el local don­de se pue­de repa­sar par­te de la tra­yec­to­ria crea­ti­va de Dacos­ta.

Su res­tau­ran­te actual, tras varias remo­de­la­cio­nes, es un poco amal­ga­ma de esti­los deco­ra­ti­vos, una pie­za de Jai­me Hayón por un lado, un mue­ble neo­ba­rro­co por otro, som­bri­llas pos­mo­der­nas en la terra­za don­de domi­nan el cris­tal, la made­ra y el plás­ti­co… Lo mejor de la pues­ta en esce­na es la deci­sión de con­ver­tir el menú en un catá­lo­go impre­so, ade­más de una boni­ta cuber­te­ría y una mara­vi­llo­sa vaji­lla, de la que sobra, a nues­tro jui­cio, el apa­ra­to­so con­jun­to de cara­co­las y estre­llas de mar que rema­ta cada mesa.

Antes de lle­gar a ese sagra­do lugar hemos toma­do el ape­ri­ti­vo en la terra­za. Hace una tem­pe­ra­tu­ra mag­ní­fi­ca en este oto­ñal medi­te­rrá­neo, así que tie­ne sen­ti­do empe­zar al aire libre y hacer­lo con una espe­cie de pelo­ta sufla­da y espon­jo­sa que lle­va un deli­ca­do relleno de híga­do de coll­verd y un semi­frío de flor de almen­dro con néc­tar de ron Bru­gal –dema­sia­do géli­do–, para ter­mi­nar con el pri­mer diez de la vela­da: un subli­me buñue­lo lige­ro –jamás pro­be un fri­to tan liviano– con una sua­ve cre­ma de cala­ba­za con tru­fa acom­pa­ña­do de un con­so­mé de la pro­pia cala­ba­za. Sutil y poten­te a un tiem­po, cru­jien­te y cre­mo­so en un jue­go de tex­tu­ras incon­fun­di­ble en manos de Dacos­ta.

El ser­vi­cio es impe­ca­ble, pero por enci­ma de todos des­ta­ca la sim­pa­tía y cer­ca­nía de José Anto­nio Nava­rre­te, uno de los mejo­res sumi­lle­res del país. Sus incur­sio­nes por las mesas son aco­gi­das con rego­ci­jo pues entien­de de inme­dia­to a cada comen­sal. Por eso, aun­que esta­mos en la casa de Dom Perig­non, le hemos pedi­do algo espe­cial. Solo bebe­re­mos en los ape­ri­ti­vos, un arte­sa­nal y eco­ló­gi­co cham­pag­ne mono­va­rie­tal de char­don­nay, Lar­­ma­n­­dier-Ber­­nier, un gran crus sabro­sí­si­mo y equi­li­bra­do a la vez, muy flo­ral, no hay azú­car pero sí mine­ra­les. Y en los pos­tres un ries­ling Dönnhoff, seco pero con una nariz muy fru­tal. Duran­te la lar­ga comi­da, que se demo­ra­rá has­ta tres horas y media, no mari­da­re­mos, tan solo bebe­re­mos San Pelle­grino con hie­lo y limón para cla­rear la boca entre pla­to y pla­to estre­lla.

Segun­da par­te. Esta­mos en la mesa y Nava­rre­te nos ilus­tra sobre la dife­ren­cia entre una gran casa de cham­pag­nes y un peque­ño pro­duc­tor. Se nos reci­be aquí con la gam­ba roja de Denia, por fin soli­ta­ria, her­vi­da en agua de mar, en su jus­to pun­to, con el cali­bre ade­cua­do, con la cabe­za sedo­sa, fres­quí­si­ma. No nece­si­ta más para ser subli­me, uno de los mejo­res pro­duc­tos del mun­do, a la altu­ra del caviar de Bellu­ga, la tru­fa blan­ca de Alba o el buey de Kobe… Duran­te años, Qui­que ha tra­ba­ja­do esta gam­ba de múl­ti­ples for­mas y, final­men­te, ha vuel­to a la pri­me­ra pági­na: soli­ta­ria, sim­ple­men­te her­vi­da. Al lado, eso sí, le acom­pa­ña para dar color y dis­tin­guir el aba­ni­co de sabo­res, una gam­ba amb ble­da típi­ca de la coci­na dia­nen­se pero hecha con­so­mé.

Lle­ga a con­ti­nua­ción el segun­do diez de la coci­na de Dacos­ta, el esca­be­che de car­lo­tas sil­ves­tres con cre­ma hela­da de pan­ce­ta. Un pla­to de una suti­le­za en su tex­tu­ra que ele­va el regis­tro en la boca. Lo impor­tan­te aquí no es la sua­vi­dad del sabor, las deli­ca­das mari­po­sas cru­jien­tes no sé de qué o esa pan­ce­ta que podría inclu­so supri­mir­se, sino el impac­to en el pala­dar de la zanaho­ria refi­na­da, como si fue­ran angu­las pero con ese sabor incon­fun­di­ble de la cucur­bi­tá­cea com­ple­ta­men­te recon­du­ci­do y ali­ge­ra­do sin per­der inten­si­dad. La mejor zanaho­ria que hemos comi­do jamás.

A ren­glón segui­do apa­re­ce el carro de los atu­nes. Qui­que está empe­ña­do en sacar­le el máxi­mo par­ti­do al atún siguien­do las téc­ni­cas ances­tra­les de las sala­zo­nes, uno de los gran­des recur­sos de la coci­na tra­di­cio­nal ali­can­ti­na. El carro, una impac­tan­te suce­sión de cerá­mi­cas, pre­sen­ta una ven­tres­ca madu­ra­da sin sal en una cáma­ra sali­na duran­te seis meses, un lomo de atún ahu­ma­do y un san­ga­cho a las hier­bas secas. De los tres, el mejor es el lomo aun­que los otros dos resul­tan más curio­sos y sor­pre­si­vos.

Tras el carro, una Par­pa­ta­na de atún con sal­mo­rre­ta de hoja san­ta. Otro diez, el pla­to más poten­te de todo el menú. Nos recor­dó por momen­tos la mer­lu­za con pimien­tos en sal­mue­ra de Alber­to Alon­so (en 2 Esta­cio­nes), pero inver­ti­dos los pape­les, aquí la poten­cia es del pes­ca­do y la cre­ma lo sua­vi­za.

Esta­mos más menos a mitad de la comi­da, es el momen­to de un refres­can­te sor­be­te, pero Dacos­ta no se con­for­ma con una vul­ga­ri­dad seme­jan­te. Su espí­ri­tu ima­gi­na­ti­vo, posi­ble­men­te el más ima­gi­na­ti­vo de la actual coci­na euro­pea pero sin per­der de vis­ta los sabo­res dis­tin­gui­bles de cada hilo con­duc­tor en sus pla­tos, le hace crear una ensa­la­da de hier­bas sil­ves­tres de los alre­de­do­res, como hacía Michael Bras. Es un pla­to muy difí­cil, pues una espu­ma muy lige­ra sos­tie­ne una espe­cie de gra­ni­za­do de apio. Está bue­ní­si­mo, lás­ti­ma que el frío hace que su inges­ta sea pro­ble­má­ti­ca. Jue­gos mala­ba­res de un maes­tro.

Lle­ga el momen­to del arroz en QDR. Lle­va años inves­ti­gan­do, y sos­tie­ne, jun­to a Rafa Gar­cía San­tos, que el arroz ita­liano des­pren­de un sabor carac­te­rís­ti­co. San­tos Ruiz y un ser­vi­dor dis­cre­pa­mos, el arroz es insí­pi­do. Coin­ci­do con Rafa, en cam­bio, en que el mejor arroz de van­guar­dia que hemos comi­do nun­ca es el que hizo Qui­que hará unos diez o doce años, el arroz de cere­zas con angui­las. El de aho­ra es un arroz valen­ciano y está coci­na­do impe­ca­ble­men­te con algas, lue­go se envuel­ve en una ostra –que a mi jui­cio le con­fie­re dema­sia­da inten­si­dad de sabor– y se rema­ta con diver­sas algas en diver­sas tex­tu­ras que a mi me divier­ten pero que, en cam­bio, a mi acom­pa­ñan­te, mi mujer, Ánge­la P. Mon­fort, no le con­ven­cían, sien­do, al con­tra­rio que un ser­vi­dor, entu­sias­ta de la ostra calien­te.

Lle­ga el siguien­te diez. Un con­so­mé de angui­las que raya en lo subli­me. Deli­ca­do y a la vez inten­so, sabro­so, sin­gu­lar y a la vez sen­ci­llo. Un con­so­mé de angui­la con tro­zos del pes­ca­do como fri­tos y acom­pa­ña­dos de hojas her­bá­ceas, habas y angu­las. No moles­tan, pero las angu­las ape­nas apor­tan nada a este cal­do mara­vi­llo­so.

Antes de alcan­zar el últi­mo pla­to sala­do del día, el úni­co con car­ne, nos han ser­vi­do un pan de acei­te de oli­vas far­gas del Maes­trat. Preám­bu­lo de una diver­ti­da crea­ción de Qui­que, quien siem­pre guar­da una sor­pre­sa visual para sus comen­sa­les. Se tra­ta de un ser­vi­cio de lie­bre en diver­sas tex­tu­ras: en paté envuel­to en lámi­nas con la figu­ra del cone­ji­llo, en sopa al aji­llo, en civet con san­gre coa­gu­la­da –ému­lo y refi­na­do home­na­je al sang amb ceba– y en una cucha­ra­da de civet con tru­fa negra (otro diez este últi­mo boca­do). Y pen­sar que en cier­ta oca­sión comi­mos una lie­bre Royal en un tres estre­llas pari­sino –cer­ca del Arco de Triun­fo–, y no sen­tí la más míni­ma emo­ción. (* Vicen­te Pati­ño, por cier­to, coci­na una Royal exqui­si­ta).

Hemos lle­ga­do al últi­mo tra­mo, aho­ra vie­nen los pos­tres, el dul­ce con­te­ni­do que tam­bién se subli­ma en el obra­dor de Qui­que. No pode­mos más, pero el ries­ling seco nos ayu­da. Nava­rre­te apor­ta luci­dez al momen­to. Lle­gan los que­sos de la ove­ja autóc­to­na, la gui­rra. Más cura­do y ralla­do, en for­ma de pas­tel o flan, y muy fres­co con un toque amar­go. El flan es otro diez, como lo es la galle­ti­ta con miel y cítri­cos que acom­pa­ña, que si la fabri­ca­ra indus­trial­men­te le daría fama uni­ver­sal.

Final­men­te, en un sprint defi­ni­ti­vo lle­gan los pos­tres basa­dos en alga­rro­bas y los petit fours per­so­na­les de este res­tau­ran­te: el almen­dru­co ver­de, el candy de fram­bue­sa y el far­tón lige­ro de cala­ba­za y cho­co­la­te blan­co con pipas, otro diez para ter­mi­nar la comi­da. Nava­rre­te nos trae un café Kenia tri­ple A, estu­pen­do, apu­ra­mos el Dönhoff y pedi­mos la cuen­ta: 210 euros por per­so­na y 100 más de los vinos y el agua… Bas­tan­te más bara­to que el Pie­rre Gag­nai­re de París, el de la Royal.

Una comi­da inol­vi­da­ble. Con cua­tro o cin­co pla­tos inven­ci­bles y una ten­den­cia cla­ra en Qui­que Dacos­ta hacia las rece­tas y pro­duc­tos nati­vos, hacia la sim­pli­fi­ca­ción y pure­za de los sabo­res pero man­te­nien­do ese espí­ri­tu ima­gi­na­ti­vo, ocu­rren­te, que siem­pre le ha carac­te­ri­za­do. Uno de los gran­des. Has­ta el año que vie­ne.

Cró­ni­ca de la visi­ta rea­li­za­da el 10 de octu­bre de 2021.

Esca­be­che de car­lo­tas sil­ves­tres guar­da­das, con cre­ma hela­da de pan­ce­ta.

Ensa­la­da de hier­bas sil­ves­tres de los alre­de­do­res del par­que natu­ral del Mont­gó.

Arroz Albu­fe­ra con ostra mar­mo­lea­da y algas en pes­to.

Vai­na de alga­rro­ba cara­me­li­za­da a la vai­ni­lla.

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