El Gordo de Cortes

Sala jun­to a la barra del Gor­do de Cor­tes.

  • Valen­cia

  • Avda. Cor­tes Valen­cia­nas, 47 (bajos de la Torre Ikon)

  • 960 619 285

  • Abre todos los días del año, de 13 a 23:30 horas

  • Pre­cio medio 40–50 €

La forja del destino de dos jóvenes empresarios

Juan Lagar­de­ra

La his­to­ria entre fogo­nes de Sal­va y Pablo Mar­tí­nez, her­ma­nos bien ave­ni­dos y auto­re­bau­ti­za­dos como el Gor­do y el Fla­co, sin com­ple­jos, comen­zó des­de muy peque­ños en el res­tau­ran­te de sus padres en Béte­ra. Aquel sen­ci­llo local, cono­ci­do como La Bona Cui­na, dig­ni­fi­có la coci­na popu­lar y autóc­to­na valen­cia­na, des­de los con­sa­bi­dos arro­ces a la ances­tral titai­na o los embu­ti­dos y hor­ta­li­zas de los cer­ca­nos corra­les y peque­ñas huer­tas baña­das por el Turia y el Carrai­xet, camino de las estri­ba­cio­nes de la sie­rra Cal­de­ro­na. Bien pron­to, los her­ma­nos suma­ron a sus estu­dios el tra­ba­jo ayu­dan­do en el res­tau­ran­te, has­ta que pudie­ron tomar deci­sio­nes. Lo moder­ni­za­ron, inclu­so por un tiem­po pare­cía un pub psi­co­dé­li­co. Más tar­de, a par­tir de 2009, sus padres se jubi­la­ron y ellos se pusie­ron al man­do. Enton­ces vino una refor­ma del local y el cam­bio de nom­bre, con timi­dez al prin­ci­pio, con todas las de la ley final­men­te: La Bona Cui­na se trans­for­mó en El Gor­do y el Fla­co, un espa­cio moderno, más mini­ma­lis­ta, con una apues­ta deci­di­da por el pro­duc­to. Ade­más de pae­llas y arro­ces al horno, Sal­va y Pablo empe­za­ron a com­prar con tino en la pes­ca­de­ría y obtu­vie­ron un sumi­nis­tro de las mejo­res car­nes de vacuno del país.

No se que­da­ron ahí. Tras la recon­quis­ta de Béte­ra, don­de se con­vir­tie­ron en refe­ren­cia abso­lu­ta jun­to a la Masía Roma­ní, empren­die­ron la toma de Valen­cia. Con­ver­ti­dos en empre­sa­rios inquie­tos, jóve­nes empren­de­do­res como se les cono­ce aho­ra, crea­ron un con­cep­to moderno y ágil de ham­bur­gue­se­ría. Suma­ron a la moda juve­nil su expe­rien­cia como bue­nos gour­mets y pro­fe­sio­na­les con toda la lar­ga tra­yec­to­ria fami­liar. El resul­ta­do fue Lam­bur­gue­sa, una ense­ña pro­pia que com­pi­tió y com­pi­te con las gran­des cade­nas y fran­qui­cias ali­men­ta­das por mul­ti­na­cio­na­les y fon­dos inver­so­res. Tras las bur­gers, le tocó el turno a su per­so­nal con­cep­to de res­tau­ra­ción ita­lia­na, Paf­fu­to, que se extien­de por el área metro­po­li­ta­na, así como un gas­tro­bar, una taber­na y has­ta un salón de even­tos en la pro­pia Béte­ra. Entre 24 y 25 loca­les con­for­man a fecha de hoy el Gru­po el Gor­do y el Fla­co, aun­que pue­de que cuan­do el lec­tor se enco­mien­de a este tex­to, hayan abier­to alguno más. Por­que pla­nes tie­nen.

La Torre Ikon en una toma en con­tra­pi­ca­do.

Pero tal vez, el res­tau­ran­te insig­nia del gru­po sea el nue­vo, noví­si­mo El Gor­do de Cor­tes que ocu­pa los bajos de la Torre Ikon, el últi­mo ras­ca­cie­los con­tem­po­rá­neo de Valen­cia, fren­te al Pala­cio de Con­gre­sos, el dise­ño final del estu­dio del arqui­tec­to Ricar­do Bofill, un her­mo­so edi­fi­cio blan­co que sobre­sa­le sobre el con­jun­to de la ave­ni­da, la anti­gua Pis­ta de Ade­muz hoy bau­ti­za­da como ave­ni­da de Les Corts Valen­cia­nes. Para empe­zar, el inte­rio­ris­mo del res­tau­ran­te es armo­nio­so y fun­cio­nal, con mucha made­ra y cris­tal, per­fec­ta­men­te adap­ta­do a la poten­te arqui­tec­tu­ra que le cobi­ja. Lim­pio, lumi­no­so, con un ser­vi­cio aten­to y pro­fe­sio­nal, com­pe­ne­tra­do con la clien­te­la de su nue­vo barrio, don­de abun­dan las ofi­ci­nas y nue­vos resi­den­tes jóve­nes. Su esti­lo y la ofer­ta culi­na­ria no pue­de ser más acer­ta­da para el públi­co que atrae. Sue­na en el ambien­te una músi­ca de jazz lige­ro y envol­ven­te. Como si estu­vié­ra­mos en una cafe­te­ría de moda al medio­día, en el Mid­town de Manhat­tan.

Entra­da al res­tau­ran­te en los bajos del ras­ca­cie­los de la Torre Ikon.

Una car­ta amplia, exten­sa, con pla­tos dis­tin­gui­bles, basa­da en el rece­ta­rio tra­di­cio­nal pero al gus­to actual. Fácil, sen­ci­llo y sabro­so. No hay ara­bes­cos ni con­je­tu­ras. Todo está cla­rí­si­mo. No es la coci­na domés­ti­ca pero sí la de un res­tau­ran­te pues­to al día sin tram­pa ni car­tón, con el pro­duc­to más hones­to y ajus­ta­do de pre­cio. Y con una car­ta amplí­si­ma, de tal suer­te que los eje­cu­ti­vos, ofi­ci­nis­tas y con­gre­sis­tas pue­den ser habi­tua­les de la casa sin abu­rrir­se. Siem­pre que­da, en cual­quier caso, pun­tua­li­zar la ofer­ta en fun­ción de algu­nos pro­duc­tos de tem­po­ra­da.

Para empe­zar, el sumi­ller se las com­po­ne per­fec­ta­men­te para ela­bo­rar un gus­to­so negro­ni con cam­pa­ri, gine­bra, ver­mut rojo y cham­pag­ne. A par­tir de ahí pedi­mos una serie de entran­tes. Peque­ños boca­dos como una clá­si­ca esca­li­va­da, un eri­zo con quis­qui­llas que siem­pre sabe a poco y una peque­ña bar­ca de focac­cia con una anchoa y un boque­rón, matri­mo­nio diver­ti­do jun­to a encur­ti­dos, bro­tes y tape­na­de, una anchoa tan ali­ge­ra­da de sal que per­día la bata­lla fren­te al boque­rón. En reali­dad, son el mis­mo pes­ca­do cura­do de dos for­mas dife­ren­tes.

Pare­ja anchoa y boque­rón sobre una focac­cia.

Sor­pren­den­te el buñue­lo de baca­lao, sin pata­ta, con un leve toque de mayo­ne­sa de mem­bri­llo y acom­pa­ña­do de una gus­to­sa titai­na. Para comer­se un par como poco. Sube la tem­pe­ra­tu­ra y segui­mos con otra anchoa, sobre brio­che tos­ta­do y un toque de man­te­qui­lla de enel­do. Esta vez la anchoa era pode­ro­sa, y la com­bi­na­ción acer­ta­da, aun­que la man­te­qui­lla habría que ser­vir­la más atem­pe­ra­da. Exce­len­te preám­bu­lo para el pri­mer pla­to serio de la comi­da, un gui­so sua­ve de alme­jas con espá­rra­gos de Tude­la a la bra­sa y sal­sa ver­de (en reali­dad de tonos par­dos). Bien liga­do con una sal­sa sabro­sí­si­ma; no para­mos de mojar pan, de unas hoga­zas sobre­sa­lien­tes. Una pani­fi­ca­do­ra reco­no­ci­da les sumi­nis­tra pan blan­co, de cen­teno y de nue­ces. Muy bue­nos.

Alme­jas con espá­rra­gos a la bra­sa y sal­sa ver­de.

Segui­mos con una tor­ti­lla (o medio tor­ti­lla, o semi­re­vuel­to, no sabría defi­nir­lo muy bien), con rebo­zue­los y tru­fa negra. Sobre­po­ten­te de sabor, pero de pre­sen­ta­ción irre­gu­lar. Un pla­to a refor­mu­lar para que lle­gue a mesa con más pres­tan­cia y esté­ti­ca, sin que ape­nas toque el fue­go la mela­nos­po­rum. Con el pala­dar en auge lle­ga un pes­ca­do bra­sea­do, una xer­na (mero de pro­fun­di­dad), una espe­cie no muy fre­cuen­te en las pes­ca­de­rías (les sue­le ser­vir Japo­fish, uno de los gran­des mayo­ris­tas del sec­tor, o direc­ta­men­te San­tia­go Mone­gro des­de la opí­pa­ra lon­ja de Vigo), pero que da mucho jue­go por su sua­vi­dad en el pala­dar y tex­tu­ra fir­me. La xer­na se pre­sen­ta­ba a la mane­ra de mi abue­la, al horno y sobre una capa de pata­tas, cebo­lle­ta, toma­tes cherry y una deli­cio­sas alca­cho­fas con­fi­ta­das. Este pla­to sí que nos retro­tra­jo al pasa­do más ances­tral.

Xer­na (o mero de pro­fun­di­dad) bra­sea­da sobre cama de pata­tas y alca­cho­fas con­fi­ta­das.

El final lo puso la car­ne. Mien­tras en la mesa de al lado un gru­po de jóve­nes direc­ti­vos se emplea­ban a fon­do con una pae­lla valen­cia­na, de la que no deja­ron un grano, noso­tros degus­ta­mos una bue­na chu­le­ta de vaca vie­ja, muy inten­sa de sabor, coci­na­da a las bra­sas, algo chu­rrus­ca­da por fue­ra pero per­fec­ta­men­te rosa­da en el inte­rior. Fue un final rotun­do, acor­de con la tra­di­ción de los her­ma­nos Sal­va y Pablo que siem­pre han teni­do un gran géne­ro vacuno (aho­ra les sir­ve los Nor­te­ños).

Chu­le­ta de vaca.

No nos dio tiem­po para más. Sue­le ocu­rrir en estos tiem­pos de tra­ba­jo pro­duc­ti­vo y jor­na­das inten­sas. La pena es no hacer­lo en las cer­ca­nías, para degus­tar pla­tos tan suge­ren­tes en car­ta como el que­so cura­do de ove­ja, la rusa o su ver­sión de los meji­llo­nes en esca­be­che, el steak tar­tar, el roast beef con bear­ne­sa (nos vuel­ve locos la bear­ne­sa des­de que leí­mos a Mar­cel Proust), la titai­na con un hue­vo roto, rotí­si­mo, el txan­gu­rro, las molle­jas o el cap i pota, esa joya de los gui­sos medi­te­rrá­neos que tan­to echa­mos en fal­ta, esto­fa­do cum­bre de la cas­que­ría a base de callos, morro y pata… Será la pró­xi­ma. Por­que vol­ve­re­mos.

Cró­ni­ca de la visi­ta rea­li­za­da el 23 de abril de 2024.


GALERÍA deta­lla­da:

Fotos: Adol­fo Pla­sen­cia

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