Bacalao. Gastronomía popular

Alfre­do Argi­lés

Los auto­mó­vi­les hirie­ron de muer­te al baca­lao, que otro­ra se encon­tra­ba triun­fan­te en su mono­po­lio, como pez en el agua en los pára­mos y las umbrías, a mil millas de cual­quier mar cono­ci­do. Des­pués, ya todo fue des­di­cha y los pes­ca­dos de aquí y de allá via­ja­ron por carre­te­ra y has­ta por auto­pis­ta, lle­gan­do a la boca de cada comen­sal que lo requi­rie­se sin más que abrir­la y soli­ci­tar­lo.

Bien en ver­dad que en aque­llos momen­tos el baca­lao flo­ta­ba envuel­to en una mon­ta­ña de sal, que le había sido impues­ta en los cala­de­ros de los mares del nor­te para su mejor con­ser­va­ción, ya que des­de la Edad de Bron­ce se cono­ce la pro­pie­dad de ese mine­ral para beber­se el agua que la rodea y dejar los cuer­pos que la por­ta­ban secos como una moja­ma y por tan­to sin temor a la putre­fac­ción. Des­pués, como es bien sabi­do –habla­mos del siglo XVI– el pes­ca­do cecial se exten­dió como la man­cha de acei­te por las geo­gra­fías, ocu­pan­do los terri­to­rios y logran­do de esta suer­te la for­tu­na de los pes­ca­do­res y la sal­va­ción de los cre­yen­tes, que con el sumi­nis­tro anti bula ase­gu­ra­do pudie­ron cum­plir con la Igle­sia sin tener que recu­rrir a la inge­nie­ría teo­ló­gi­ca, que bus­ca­ba demos­trar ver­da­des tan dis­cu­ti­bles como que los patos o los batra­cios no se ali­nea­ban con la espe­cie que repre­sen­ta­ban entre otros las per­di­ces y los cone­jos. Segu­ro que no habían leí­do a Lin­neo.

La historia de un éxito

Cro­que­tas de baca­lao y alca­cho­fas.

Por­que el baca­lao triun­fó en la gas­tro­no­mía por dos prin­ci­pa­les razo­nes: por­que fue el reme­dio para las abs­ti­nen­cias y por­que en su sala­do adquie­re –la quí­mi­ca es muy agra­de­ci­da– pro­pie­da­des sápi­das que no exis­tían en su esta­do de fres­co, que por lo gene­ral pre­sen­ta car­nes blan­das y poco sabro­sas.

La gas­tro­no­mía popu­lar, deci­mos, ha lle­va­do al baca­lao a las más altas cotas, hacien­do como es nor­ma de la nece­si­dad vir­tud, y uti­li­zan­do la ima­gi­na­ción para sobre­lle­var con buen áni­mo e inclu­so con golo­si­na la obli­ga­ción de comer casi todos los días que dura­se la Cua­res­ma el dicho­so baca­lao, como nos recuer­da el que fue­ra famo­so alcal­de de La Coru­ña, don Manuel María Puga y Par­ga en su libro Vigi­lia reser­va­da, don­de se expla­ya en el tema ade­más de con­sig­nar las espe­ra­das rece­tas.

Esga­rraet de pimien­tos, baca­lao y beren­je­nas.

No será nece­sa­rio recor­dar algu­nas de las más famo­sas: la pri­me­ra de todas las que lo sua­vi­za con la fór­mu­la del pil pil, median­te la que des­pren­de toda la melo­si­dad que lle­va­ba ocul­ta; o la que lo ele­va asa­do y rodea­do en su asom­bro­sa con­jun­ción con la sal­sa viz­caí­na; tam­bién gra­ti­na­do en las bran­da­das jun­to con la pata­ta; en cro­que­tas y buñue­los, de simi­lar com­po­si­ción aun­que redon­dos y fri­tos y que no fal­ten piño­nes; con pimien­tos rojos rio­ja­nos, con toma­te; fri­to y con all i oli; asa­do y con pasas; for­man­do par­te sus­tan­cial de impres­cin­di­bles pla­tos de cucha­ra, como el que lo cue­ce con gar­ban­zos, o con pata­tas, o con arroz.

O aque­llas en que se uti­li­zan en vez de los sem­pi­ter­nos lomos los más sua­ves y gela­ti­no­sos callos, que como bien sabe­mos, son la veji­ga nata­to­ria que reco­rre al ani­mal.

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