El chef y propietario Pablo García Vernetta.
Polifonía culinaria al servicio del cliente
Juan Lagardera
Pablo García Vernetta es un corredor de fondo. Un cocinero muy profesional. Solvente, serio y riguroso. Ha sobrevivido a docenas de aventuras como si fuera Ulises navegando hacia su Ítaca, partiendo de Berenice, fondeando en Nou Gourmet y en alguna que otra taberna ciclópea. Añadiendo muescas y tatuajes a su carrera hasta volver al origen, el mismo local donde se inició, frente a las Esclavas y cerca del Jardín del Turia. Desde hace un tiempo con su prima Eva como public relations y socia, y a veces con su propio hijo en los fogones, casi siempre bastante solo en la cocina, como Aquiles, pero con un amable equipo en la sala, un elegante espacio y a la vez posmoderno, con sus cómodos reservados familiares o para los negocios, donde igual te encuentras a Santiago Cañizares con su prole que a la directiva de la agencia Sartori de comunicación.
Aunque Pablo se ha centrado en los arroces, que cocina con altísimo nivel (y sinceridad), su carta es un compendio largo de intenciones, gustos personales, éxitos y modas al gusto de los clientes. Lo que debe ser lo que llamamos un restaurante favorito de batalla, es decir, un lugar al que se puede ir habitualmente a comer sin cansarnos, en muchas circunstancias y días, cuyo nivel medio siempre será cercano al notable. Sin platos deslumbrantes, es verdad, pero ni falta que hace en un local de a diario, o dominical familiar, donde vayamos con quien vayamos, por más maniático que sea con la comida, siempre encontrará algo apetecible para su gusto.
Pablo lo resuelve todo con profesionalidad, de modo responsable. Y no busca hacerse el virguero o el creativo, pero su prurito de conocedor de la cultura gastronómica le hace introducir toques y presentaciones que siempre añaden un guiño de cualidad y cultura coquinaria. La ensaladilla rusa con un toque de cítrico y cebollino, el alioli con ajo negro, el bacalao con salsa tailandesa ligeramente picante, el mayúsculo mollete de solomillo con foie y manzana, la croqueta de gorgonzola con nueces… unos huevos estrellados con corona que sirve por encima de una titaina soberbia y remata con taquitos de atún fresco. Además, tiene criterio propio: nos sirvió unas impecables anchoas cantábricas con aceite de oliva que no son las famosas (y mucho más secas) que todo el mundo alaba en la actualidad.
El público, no obstante, obliga a Pablo a decantarse por los arroces y las fideuás. Su carta propone hasta 9 arroces secos (algunos hay que encargarlos), 2 melosos y 3 fideuás. Los resuelve todos de maravilla. Y no es fácil dada la precariedad de ayudantes con que cuenta entre los fuegos. Es el único en Valencia que tiene en carta diaria el arroz de cuaresma (el de bacalao con coliflor) o un meloso de ibérico con trufa y setas, o la fideuá negra, por citar tres ejemplos poco o nada habituales en el sota, caballo y rey de las cartas valencianas de arroz.
Propone un arroz seco de pilota de magro con blanquet, morcilla y garbanzos. Me suena muy pesado y graso, así que le propuse una paella ortodoxa de pollo y conejo (se las he probado a docenas, siempre notables), pero a la que le tendría que incorporar les pilotes valencianes que suelen añadirse al sur del Júcar, en lugares como Alzira, Xàtiva, Albaida y tantos otros… Un acierto. Ha sido la mejor que le he probado hasta la fecha. No sé si sugestionado por mi ancestralidad setabense, pero la encontré muy sabrosa, acertada de socarrat y cocción, suelta y con equilibrio. Notable alto. Debería de incluirla en la carta como guiño a los valencianos de las comarcas centrales.
En cualquier caso, allí volveremos, a Vernetta, quien siempre nos sacará de los apuros culinarios con todas las garantías. Es como el restaurante de toda la gran familia, de los abuelos y los niños, de las tías y los cuñados, de los buenos amigos o los vecinos más amables.
Crónica de la visita realizada el 28 de mayo de 2023
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