Pepa Teruel con Juan Lagardera.
Las tapas santificadas
Juan Lagardera
Sabido es que a los valencianos no les gusta comer en la barra. Los dianenses opinan lo mismo, de ahí que el concepto del tapeo tenga lugar exhibiendo el producto en la barra pero toda la clientela se sienta en su mesa a esperar el servicio. Es lo que ocurre en este local situado en una de las calles peatonales que separa el barrio de pescadores del céntrico paseo del marqués de Campo en Dénia, a dos pasos del mar y la mismísima lonja. Aquí fundaron su nuevo restaurante Manolo Ramis y Pepa Teruel tras sus éxitos en La Cuina, camino de les Bassetes. Con la idea, supongo, de tener un espacio más moderno, aunque también de simplificar el trabajo en vista de que los años no pasaban en balde y la restauración cada día se ponía más exigente.
Fue en 2010 cuando abrieron Sancta Sanctorum, contando con la ayuda de sus hijos y de María, la hermana de Pepa, en la cocina. Manolo faltó demasiado joven, hace apenas cuatro años, así que la decisión fue sencilla. Traspasar La Cuina y concentrarse en el Sancta, las hermanas Teruel, y Bea Ramis, la hija del matrimonio, la nueva líder del proyecto.
Más de uno ha tirado la toalla en Dénia pero no es el caso. Esta es la ciudad de la Comunidad Valenciana donde mejor se come, de largo, gracias a su sabia combinación de campo y playa, de huerta y mar regadas por abundantes vinos moscateles, monastrells y girós, además de por campos de trigo ancestral y frutales. Añadan su amor por las tradiciones y el rescate de las recetas familiares y de barca marinera, y obtendremos la razón por la cual en Dénia se come tan bien. Pepa Teruel no es valenciana, pero lleva toda la vida envuelta de Mediterráneo.
En La Cuina cocinaba coques y un putxero extraordinario. Y una veintena de arroces. A dos pasos del primer Poblet de Arribas y Dacosta, fue con los impecables arroces de Pepa (o Fina, como también la llaman), con los que el genio culinario de Quique Dacosta descubrió los misterios insondables de un buen arroz valenciano.
Ahora en el Sancta todo es distinto. Hay arroz para el menú, pero único, aunque por encargo la cocina se pone a la tarea, incluso se puede solicitar con tiempo un buen caldero o un putxero con arroz caldós y pilotes. Pero el núcleo central del Sancta es el tapeo. Con un producto impecable, fresquísimo, adquirido cada tarde en la cercana lonja, y un buen uso de la plancha, la sal justa y el aceite de oliva virgen.
Se suceden así buenísimas cigalas y navajas, colosales sepionets de tamaño medio (los más sabrosos), fritura de pescado, huevas de sepia sobre una ligerísima cama de allioli, clotxinas, berberechos, almejas… Un festín acompañado de una buena bodega (con una veintena de vinos para tomar por copas), ensaladas y ensaladillas, las salazones alicantinas, así como ostras guillardeau o canaíllas, y erizos en temporada.
Cómo no, abundan las gambas, en una deliciosa cazuelita con ajos tiernos, o al modo legendario de Dénia, hervidas con agua de mar. Los amigos de la carne pueden, también, probar esa especie de hamburguesa especiada de la Marina, el figatell. Y en grandes pescados ofrecen lenguado, atún rojo y rape, siempre a la plancha. Las patatas fritas o bravas, sobresalientes. Los postres no desmerecen: la tarta de naranja, la de queso o un coulant de chocolate que calca el original de Michael Brass.
El dominio y la finura en la cocina los pone Pepa. Así que, verdaderamente, estamos en el auténtico núcleo del santuario, no sé si judeocristiano o budista, porque los platos parece que llevan la serenidad impresa. No hay fusiones ni fisiones, sojas o mostazas, ni siquiera escabeches… todo es pureza, aceite y sal, una pizca muy controlada de ajete y algunas verduras que también resultan sabrosas a la plancha. Lo sublime sencillo.
Visita realizada el 6 de mayo de 2023.
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