Pedro Salas y Beatriz Villalba.
Una síntesis inteligente
Sergio Carbó
No es casualidad que en el ancho mundo de las cocinas Pedro Salas lleve más mili encima que el capitán Trueno. Se le nota a la legua que sabe lo que tiene entre manos y, precisamente, de la decantación de ese bagaje es fruto Arre, el restaurante que ha abierto, junto a Beatriz Villalba como socia, en el centro urbano de Castelló. La propuesta obedece a una idea muy clara, a un concepto diáfano en el que confluyen de manera armónica, sin solaparse ni molestarse, una tradición bien reconocible y una modernidad atemperada por la sensatez. En este espacio cabalgan juntas ambas tendencias y lo hacen, además, sin incurrir en los escabrosos riesgos de las fusiones experimentalistas. Dicho de otro modo: en Arre puedes disfrutar tanto de una torrà de embutidos de primera clase o de un sabroso arroz al horno de los de toda la vida, sin trampantojos de ningún tipo, como dejarte seducir por algunas de las preparaciones de corte más creativo de Salas. Y es que, para dejar constancia de la sólida trayectoria de este cocinero bastará recordar, además de su reconocida y reconocible tarea en distintos grupos empresariales, que ya en 2010 su cuscús de pescado fue galardonado por el Almanaque Gastronómico como mejor plato del año.
En Arre la carta se articula en torno una serie de menús fijos que dan respuesta a las preferencias de cada cual en cada momento; a lo que pida en cuerpo ese día. Así, encontramos las opciones “Senda”, “Vía verde” (vegetariano), “Ramal”, “Vía Augusta” y “Ronda”, que varían de longitud, precio y fisonomía. De entre todos ellos, al mediodía, es el llamado “Senda” el que goza de mayor predicamento en una plaza como Castellón donde abundan los paladares tradicionalistas. Pero no es solo eso, el chef ha querido reivindicar también, y lo ha conseguido con acierto, la rotundidad sápida, la verdad esencial que se esconde en un buen arroz al horno, que ofrece en tres modalidades distintas, en una carne premium (chuleta de vaca semmental en este caso) o en unos embutidos a las brasas. Para resolver el siempre delicado manejo de las mismas, en Arre han ideado un ingenioso procedimiento consistente en una trampilla situada en el centro de la mesa y en cuyo receptáculo interior, una vez abierta, se depositan los carboncillos ardientes donde los comensales preparan a su gusto las viandas. Unos potentes extractores se encargan de evitar que el humo convierta la sala en un tabuco asfixiante.
En este menú, antes de llegar al plato fuerte, se sirven unos entrantes a modo de aperitivos que cumplen muy bien su cometido, aunque sin llegar a deslumbrar. En los postres vuelve a aparecer el oficio de Pedro Salas: el helado de planta de higuera es de una finura extraordinaria que evoca paisajes de sombra acogedora.
Espacio privilegiado
Capítulo aparte merece el lugar que ocupa este restaurante. Arre se ubica en las instalaciones de un antiguo horno moruno datado, nada menos, que en el siglo XIV y que, a través de distintas generaciones, se mantuvo en activo hasta 2005 o lo que es lo mismo: durante setecientos años. Del todo conscientes del patrimonio histórico y sentimental que encierran esas paredes, los responsables de la puesta en marcha de esta iniciativa gastronómica han llevado a cabo una sobria remodelación absolutamente respetuosa con el espíritu primigenio de la vieja tahona y han sabido crear un ambiente muy grato en su rusticidad de templo antiguo y perfumes de brasa. El respeto a la tradición no tiene por qué ser chabacano.
En el comedor, el servicio a cargo del equipo formado por Daniel Lema y Federico Marconi constituye otro de los puntos fuertes de Arre debido al grado de amabilidad, competencia profesional y saber estar del que hace gala con toda naturalidad. La carta de vinos, mientras tanto, sin ser extensa, resulta sugestiva en la medida en que contiene referencias poco habituales, tanto de la propia zona de Castellón como de otras muchas latitudes vinícolas españolas, sin renunciar por ello a incluir algunos nombres de prestigio ya consolidado. Un cremaet o un carajillo, que en este caso no deja de ser una variante autóctona del primero, bien puede poner el reconfortante punto final a todo un cúmulo de aciertos que convierte el paso por Arre en una experiencia ciertamente gozosa.
Crónica de la visita realizada el 17-01-2023