Ya son trece años, solo interrumpidos por la pandemia, que la asociación gastronómica La Cuchara de Plata celebra su reivindicativo Puchero Valenciano de Navidad, un plato que se quiere resituar en el panteón de los valores más tradicionales de la cultura culinaria valenciana, un plato tan universal como local, que atesora un pasado común con muchos pueblos españoles (del cocido madrileño a la escudella catalana, del pote gallego a las ollas alicantinas o la pava borracha oriolana), pero que en las cocinas valencianas se destaca por su suavidad y aromas, sus toques endulzados y, sobre todo, por su sopa de arroz que no de fideos ni de caracolas o galets.
La Cuchara de Plata es una asociación de amigos gastrónomos que fusionó en su día dos organizaciones, la dedicada a la memoria de Alejandro Cerdá, uno de los grandes directivos que tuvo la Coca Cola levantina, fallecido prematuramente, y la liga antifideos, surgida en su momento para recuperar el arroz frente a la sopa de fideos o los galets catalanes. Nació así La Cuchara de Plata, que ha mantenido durante muchas ediciones para convertirla en tradición la fiesta anual del Puchero Valenciano de Navidad, ese mismo que describe en su novela Blasco Ibáñez (Arroz y tartana, 1894) y que históricamente fue el gran plato de las celebraciones.
De la mano del cocinero de Pego, Jordi Morera (ahora estrella televisiva), y muy cerca del chalet que Blasco se construyó en la Malvarrosa, más de 80 miembros y amigos de la Cuchara de Plata se reunieron un año más, y van trece (algo insólito entre eternos discutidores como somos los valencianos), para celebrar la camaradería y el mantenimiento de una tradición olvidada, un plato cercano al más famoso cocido madrileño, pero un plato cuya receta adquiere personalidad propia, en la que resuenan los tonos dulces de los orígenes moriscos, los aromas de la riqueza hortícola de los campos valencianos como canta el himno regional de Maximiliano Thous, el sabor inconfundible de la gallina y las pelotas. Una envuelta en col, como mandan los cánones en la zona de la Marina, y la otra perdida en el baúl de los recuerdos, la dulce, una delicia casi antropológica a base de boniato, cansalada y almendra picada. Obviamente, la sopa se hizo con arroz (senia, de la firma Dacsa) y menudillos (higadillos y yemas).
Un festín soberbio, que se inició con papas de la tierra y piparras navarras así como aceitunas trencades de la firma Sarasa. Los vinos abrieron con el exitoso Bobal blanco de Vicente Gandía y culminaron con el Giró de Pepe Mendoza, la versión autóctona de la garnacha, un vino que respira terroir cercano al Montgó. El remate lo puso la histórica pastelería de Xàtiva, Deogracias Campos, con una pequeña degustación de dos dulces ancestrales y de claro origen morisco: la monxávena con azúcar y canela, y el arnadí de calabaza.
En medio de los postres, la asociación brindó por el recuerdo de Alejandro Cerdá y homenajeó tanto a Pepe Ripoll, propietario de La Ferradura en la Patacona de Alboraya donde se vienen celebrando los pucheros navideños desde hace años frente a un horizonte Mediterráneo tan calmo y civilizado, como a Jordi Morera, a quien se le entregó una escultura en forma de cuchara metálica, creada por el artista y gran ferrater xabienc Toni Marí Sart.