Los Madriles Taberna

José Vicen­te Gómez (Jovi), ali­ñan­do sus espec­ta­cu­la­res gil­das.

  • VALENCIA

  • Av. Rei­no de Valen­cia, 48

  • 963 739 101

  • Abre todos los días. De mar­tes a sába­do de 12:30 a 17 horas y de 20 a 24 horas. Domin­go y lunes abre de 12:30 a 17 horas.

Cocido, fideos, arroces y bastante más

Juan Lagar­de­ra

Si hay un res­tau­ran­te para el recuer­do no exis­te otro más incon­men­su­ra­ble en Valen­cia que Los Madri­les del abu­len­se don Pablo Mar­tí­nez. Uno de los mejo­res, de todo el país, en coci­na tra­di­cio­nal; cuyos gui­sos impe­ria­les toda­vía me des­pren­den aro­mas inten­sos en la memo­ria de los sabo­res. No era fácil, pues, sobre­ve­nir a esa coci­na, tan míti­ca en lo pala­tal como minús­cu­la en el espa­cio físi­co de los fue­gos y las ollas. Jovi (José Vicen­te Gómez, juga­dor de rugby en sus jóve­nes tiem­pos) le encar­gó la adap­ta­ción del his­tó­ri­co res­tau­ran­te a su ami­go Ángel Agua­dé, esce­nó­gra­fo y con el que deco­ró el Tor­ni­llo (don­de toda­vía recuer­dan el con­cier­to unplug­ged de La Habi­ta­ción Roja).

Agua­dé res­pe­tó lo esen­cial del local (el gre­si­te ori­gi­nal de los años 60, el tablón labra­do de la vie­ja frei­du­ría de pes­ca­do, ante­rior inclu­so a la lle­ga­da de don Pablo, y que al pare­cer dise­ñó Este­ve Edo, artis­ta de éxi­to en la épo­ca). Jovi tomó enton­ces la sabia deci­sión de man­te­ner en car­ta el coci­do legen­da­rio de Los Madri­les. No esta­ba a aque­lla altu­ra inabor­da­ble (don Pablo ponía cua­tro galli­nas ente­ras para su cal­do cas­ti­zo), ni su peque­ña coci­na pre­pa­ra­da para una tarea casi homé­ri­ca. A cam­bio, deci­dió pre­pa­rar­lo todos los días de una tem­po­ra­da que anun­cia con los pri­me­ros fres­cos oto­ña­les y cul­mi­na bien entra­da en calo­res la pri­ma­ve­ra. Aun­que, en reali­dad, hay coci­do el año ente­ro.

Las nava­jas de Ramón Peña, ali­ña­das.

Un acier­to y una cons­tan­cia la de Jovi. La apues­ta siguió con un con­cep­to con­tem­po­rá­neo de taber­na, con una serie de pin­chos y late­río de cali­dad, inclu­yen­do un buen ver­mut y cer­ve­za de tiro. La barra, como de cos­tum­bre en esta Valen­cia del boca­di­llo que lle­ga sin ape­ti­to al ape­ri­ti­vo (¡vaya estri­bi­llo caco­fó­ni­co!), resul­tó un peque­ño fra­ca­so, pero al menos le sir­ve para orde­nar el trá­fi­co del ser­vi­cio. Lle­va diez años con su aven­tu­ra en el cora­zón de la ave­ni­da del Rei­no de Valen­cia, acu­mu­lan­do expe­rien­cias y un par de jefes de coci­na.

El ser­vi­cio ha mejo­ra­do de modo sen­si­ble. Es ama­ble y rápi­do. Tan­to de día como de noche, por­que a lo lar­go de esta déca­da, el nue­vo Los Madri­les que se anun­cia como taber­na con­tem­po­rá­nea, ha con­se­gui­do algo sin­gu­lar en esta rara Valen­cia culi­na­ria: atraer públi­co tan­to al medio­día como de noche. Al medio­día con el refe­ri­do coci­do, pero tam­bién con un eco­nó­mi­co menú que siem­pre ofre­ce un arroz o una fideuá a buen pre­cio.

Arroz cal­do­so con pollo y coli­flor.

Apun­te­mos que los arro­ces son dig­ní­si­mos y las fideuás resul­tan magis­tra­les en opi­nión del buen ami­go, el poe­­ta-pin­­tor José Sabo­rit, habi­tual del local. Un ser­vi­dor nun­ca pide fideuá habien­do arroz, pero me fio del cri­te­rio sabo­ri­tano, no en bal­de es un artis­ta crea­ti­vo y posee un ape­lli­do ad hoc.

En cuan­to al coci­do, diga­mos que pue­de ser mejo­ra­ble. Pero para ello debe­ría dis­po­ner de una coci­na mucho más espa­cio­sa que la que se dejó tras la refor­ma. Con lo que hay, es impo­si­ble dar un sal­to a la glo­ria. No obs­tan­te, seña­le­mos que se tra­ta de un hones­to coci­do, mucho más aro­ma­ti­za­do de los que habi­tual­men­te sue­len ser­vir­se, muy ato­ci­na­dos. Un coci­do des­en­gra­sa­do, sin abu­sar de la can­sa­la­da y con la sufi­cien­te can­ti­dad de chi­ri­vías, car­lo­tas, napi­co­les y bonia­to rojo (o bata­ta), aun­que echa­mos en fal­ta algu­nas pen­cas más, pue­rros, bajo­que­tas o apio para per­fu­mar los cal­dos con inten­si­dad vege­tal. Las car­nes salen calen­ti­tas y muy bien tro­cea­das des­de el horno, y eso se nota, para que lue­go digan que las pae­llas ter­mi­na­das con un gol­pe de horno están per­fec­tas. El cal­do, con sabor domi­nan­te a jamón, se sue­le ser­vir con un cane­lón de car­ne o con fideos pre­co­ci­dos, una hábil y fun­cio­nal solu­ción que evi­ta las espe­ras inne­ce­sa­rias.

El vuel­co de las ver­du­ras y las car­nes del coci­do.

Dado que abre todos los días del año, sal­vo las míni­mas vaca­cio­nes del verano, siem­pre que a uno le ape­tez­ca un coci­do, en Los Madri­les nun­ca fallan. Lo coci­nan a dia­rio, labo­ra­bles y fes­ti­vos, con el valor aña­di­do de que uno pue­de repe­tir cuan­to desee: más cal­do, más gar­ban­zos, más de todo… En el ser­vi­cio aña­den una exce­len­te cro­que­ta y un pla­ti­llo de encur­ti­dos. A pre­cio com­pe­ti­ti­vo, 25 euros.

El arroz del menú y los fideos del coci­do domi­nan la car­ta del medio­día, pero con­vie­ne no per­der de vis­ta algu­nas alter­na­ti­vas de alto nivel. La lata de nava­jas Ramón Peña (pro­ba­ble­men­te las mejo­res del mer­ca­do) se sir­ve con deli­ca­de­za y con el cal­do apar­te en un peque­ño vaso para tomár­se­lo como un deli­cio­so chu­pi­to, o la de meji­llo­nes en esca­be­che de Ortiz acom­pa­ña­dos de papas Loli­ta (de la Safor). La actual jefa de coci­na, Raquel Gas­par, ha con­se­gui­do un nivel real­men­te esti­ma­ble con las cro­que­tas. Están entre las más con­se­gui­das de la ciu­dad: la de coci­do, for­mi­da­ble, al igual que la de gam­bas con pue­rro. Y lo mis­mo ocu­rre con sus cane­lo­nes, nota­bles, tan­to los de pollo de corral como los de setas con gam­bas.

Gil­da: con acei­tu­nas, anchoa, gam­ba, toma­te seco y pipa­rra.

El tapeo se man­tie­ne en un alto nivel con las gil­das, la ador­na­da ensa­la­di­lla rusa o la titai­na con la que se relle­nan unos sabro­sos hue­vos. Más recien­te­men­te, Raquel nos ha sedu­ci­do con una alca­cho­fa de tem­po­ra­da, con­fi­ta­da y relle­na de bran­da­da de un fino baca­lao, coro­na­da con una finí­si­ma lámi­na de bacon, piño­nes y pis­ta­chos. Un gran pla­to, una alca­cho­fa a bom­bo y pla­ti­llo. Lo que le sobra a sus callos de ter­ne­ra con gar­ban­zos, sobre­po­ten­tes y ato­ma­ta­dos. Una pena por­que en todo lo demás –la lim­pie­za del pro­duc­to y el pun­to de coc­ción, lo más impor­tan­te–, están a la altu­ra de aque­llos, subli­mes, que pre­pa­ra­ba don Pablo o de los que se podían degus­tar en el mis­mí­si­mo hipó­dro­mo madri­le­ño de la Zar­zue­la, los más ala­ba­dos y equi­li­bra­dos de la capi­tal.

Una sobre­po­ten­cia que hace tam­bién acto de pre­sen­cia domi­nan­te en uno de sus pla­tos estre­lla, el rabo de toro que se pre­sen­ta relle­nan­do un cru­jien­te, con su sal­sa, una par­men­tier de pata­ta y un hue­vo estre­lla­do. Un pla­to sabro­so y muy con­tun­den­te. Con­tra­tiem­po que no es casual, pues vuel­ve a mani­fes­tar­se en otras pre­sen­ta­cio­nes como en los chi­pi­ro­nes sal­tea­dos con ajos tier­nos o en la beren­je­na con que­so, sar­di­na, miso y almen­dra. Más equi­li­bra­do era su codi­llo asa­do (el mejor de la ciu­dad), o el lomo de baca­lao en tem­pu­ra que se coro­na con un fino alio­li gra­ti­na­do (exce­len­te).

Para los pos­tres, no hay color. El lemon pie con un buen meren­gue tos­ta­do. Y el café. De noche, ade­más, Jovi deja que los comen­sa­les alar­guen la vela­da toman­do copas diges­ti­vas y con una sua­ve músi­ca de fon­do. Una taber­na dis­tin­ta, con­tem­po­rá­nea, sin duda. Y era hora.

Diver­sas visi­tas a lo lar­go de enero y febre­ro de 2023.

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