La importancia de la microbiota

Eli­sa Esco­rihue­la Nava­rro. Nutri­cio­nis­ta y Far­ma­céu­ti­ca

A día de hoy pocas son las per­so­nas que des­co­no­cen el tér­mino micro­bio­ta o flo­ra intes­ti­nal y es nor­mal que esté en boca de todos debi­do a la impor­tan­cia que tie­ne en nues­tra salud no solo intes­ti­nal, sino que va mucho más allá, pues reper­cu­te direc­ta­men­te en nues­tra salud a nivel glo­bal y en la for­ta­le­za de nues­tro sis­te­ma inmu­ni­ta­rio.

No está de más con­tar­te que la micro­bio­ta es el con­jun­to de micro­or­ga­nis­mos vivos (bac­te­rias, hon­gos, pro­to­zoos) que aun­que común­men­te pen­sa­mos que solo habi­tan en nues­tro intes­tino, están amplia­men­te dis­tri­bui­don en nues­tro orga­nis­mo y que con­vi­ven con noso­tros en una rela­ción sim­bió­ti­ca mutua­lis­ta.

La micro­bio­ta es dife­ren­te entre cada indi­vi­duo, tan­to el núme­ro como el tipo de micro­bios, pero sí hay algo que todos tene­mos en común; el hecho de que debe­mos tra­tar de man­te­ner la micro­bio­ta en un esta­do de equi­li­brio, cono­ci­do como eubio­sis.

Los intes­ti­nos.

A nivel intes­ti­nal, la micro­bio­ta tie­ne muchas fun­cio­nes, entre las cua­les se encuen­tran:

  • Pro­tec­ción fren­te a bac­te­rias pató­ge­nas, pues­to que gene­ra una capa de defen­sa fren­te a los pató­ge­nos, sus­tan­cias car­ci­nó­ge­nas, meta­les pesa­dos y varie­dad de tóxi­co.
  • Par­ti­ci­pa tam­bién en el man­te­ni­mien­to del sis­te­ma inmu­ne y por tan­to tie­ne gran impor­tan­cia en la defen­sa de nues­tro orga­nis­mo fren­te a dis­tin­tas pato­lo­gías.
  • Tie­ne un papel pri­mor­dial en la asi­mi­la­ción y absor­ción de los nutrien­tes pre­sen­tes en los ali­men­tos.
  • Otra de las fun­cio­nes de la micro­bio­ta intes­ti­nal es la pro­duc­ción de vita­mi­nas como la B12 y la vita­mi­na K.
  • La micro­bio­ta nos ayu­da a regu­lar la secre­ción de neu­ro­trans­mi­so­res intes­ti­na­les e insu­li­na, así como la secre­ción de pép­ti­dos que son fun­da­men­ta­les para pro­ce­sos vita­les.

Con los años, nues­tra micro­bio­ta se ve expues­ta a malos hábi­tos ali­men­ti­cios, el uso de anti­bió­ti­cos, vida seden­ta­ria, estrés, con­ta­mi­na­ción ambien­tal… Todos estos fac­to­res influ­yen en la alte­ra­ción de su com­po­si­ción, pudien­do lle­gar a una situa­ción de dis­bio­sis, es decir, de des­equi­li­brio de la micro­bio­ta (que las bac­te­rias noci­vas, ganen a las bue­nas).

La alteración de la microbiota

Una de las prin­ci­pa­les cau­sas de alte­ra­ción de la micro­bio­ta es el con­su­mo de  ali­men­tos ultra­pro­ce­sa­dos, ya que la expo­si­ción a estos pro­duc­tos está carac­te­ri­za­da por la pre­sen­cia de edul­co­ran­tes, gra­sas satu­ra­das y gra­sas trans (o gra­sas par­cial­men­te hidro­ge­na­das) que pue­den cam­biar su com­po­si­ción.

Los ali­men­tos ultra­pro­ce­sa­dos afec­tan a la micro­bio­ta.

Otro fac­tor impor­tan­te que afec­ta a su com­po­si­ción es el con­su­mo de alcohol, que alte­ra la micro­bio­ta intes­ti­nal ade­más de dañar la per­mea­bi­li­dad del intes­tino, lo que es un fac­tor de ries­go en la apa­ri­ción de diver­sas enfer­me­da­des intes­ti­na­les, así como malab­sor­ción de los nutrien­tes.

Exis­ten dis­tin­tos fac­to­res, tan­to intrín­se­cos como extrín­se­cos, que pue­den con­du­cir a un des­equi­li­brio de nues­tra micro­bio­ta, pro­vo­can­do alte­ra­cio­nes y des­en­ca­de­nan­do así una infla­ma­ción intes­ti­nal.

Los fac­to­res intrín­se­cos son aque­llos que no pode­mos con­tro­lar ni modi­fi­car, como la car­ga gené­ti­ca y fisio­ló­gi­ca, la edad, el géne­ro o el meta­bo­lis­mo; en cam­bio, los fac­to­res extrín­se­cos son aque­llos que en par­te sí pode­mos modi­fi­car: la car­ga micro­bia­na del ambien­te, hábi­tos ali­men­ta­rios, estrés, con­su­mo de agua clo­ra­da, alte­ra­cio­nes del sue­ño y con­su­mo regu­lar de medi­ca­men­tos (anti­in­fla­ma­to­rios, laxan­tes, anti­áci­dos y anti­bió­ti­cos).

El con­su­mo de alcohol es otro ries­go para nues­tra micro­bio­ta.

Esto últi­mo pro­du­ce gran­des varia­cio­nes en la micro­bio­ta, pues­to que redu­cen de for­ma drás­ti­ca las pobla­cio­nes de bac­te­rias pre­do­mi­nan­tes y tam­bién redu­ce la muco­sa intes­ti­nal, lo que influ­ye en la per­mea­bi­li­dad intes­ti­nal, así como en la fun­ción de barre­ra, dan­do más posi­bi­li­dad a la colo­ni­za­ción bac­te­ria­na por par­te de los pató­ge­nos opor­tu­nis­tas, lo que aca­rrea mayor núme­ro de enfer­me­da­des intes­ti­na­les.

Esta dis­bio­sis alte­ra las fun­cio­nes nor­ma­les de la micro­bio­ta, debi­do en par­te a la apa­ri­ción de un intes­tino ines­ta­ble, lo que pue­de afec­tar a la capa­ci­dad de pro­ce­sar ali­men­tos, absor­ber y meta­bo­li­zar nutrien­tes y gene­rar resi­duos. Esto pue­de lle­var­nos a un aumen­to o a una pér­di­da de peso.

Del mis­mo modo, estas afec­cio­nes pue­den gene­rar un des­equi­li­brio en la secre­ción y pro­duc­ción de enzi­mas que for­man par­te de la diges­tión de algu­nos ali­men­tos, lo que pro­du­ce  moles­tos sín­to­mas como dia­rrea, estre­ñi­mien­to, dis­ten­sión abdo­mi­nal, etc.

Y como la ali­men­ta­ción es lo mío, te espe­ro en pró­xi­mos artícu­los del Alma­na­que para ayu­dar­te a ele­gir mejor tu ali­men­ta­ción y de esta mane­ra cui­dar tu salud y aumen­tar tu cali­dad de vida.

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