La calle Caballeros acoge la nueva apuesta del restaurador Jordi Gil, cinco años después de abrir las puertas de Alenar.
Paco Ballester
Jordi Gil recorre a diario más de cien kilómetros desde su localidad natal, Pedreguer (la Marina Alta) hasta la ciudad de València, emulando la días que realizaba otro paisano, José Luis Gayà, en su etapa en el Mestalla. Hace cinco años que este ingeniero industrial, reconvertido en empresario del sector de la gastronomía, apostó por la ciudad de Valencia para la apertura de sus dos primeros locales, pared con pared: la bodega Alenar y Aloha, en la calle Martínez Cubells.
Recientemente ha inaugurado, en pleno casco histórico (Caballeros, 8), su segundo establecimiento, Borgia, un wine-bar con una propuesta gastronómica basada en una carta breve de tapas de autor.
Cuando le preguntamos a Gil el motivo de su salto al mundo de la restauración la respuesta es sencilla y de sentido común: “Cuando maduras descubre qué es lo que te hace feliz. Descubrí mi vocación, servir a los demás, y encontré esa razón de ser en el emprendimiento en el sector de la hostelería”. El destino natural de Gil era la Marina Alta, “uno de los emplazamientos gastronómicamente más poderosos en la Comunitat” pero al que le pesa, en su opinión, “una excesiva estacionalidad”. Jordi Gil “se quita el sombrero” ante la gestión que hacen de esta temporalidad los hosteleros de esta comarca, ya que “la estacionalidad perjudica el crecimiento de los equipos, que es la base de un restaurante. En València buscaba una mayor estabilidad”.
Alenar ha crecido muy poco a poco en estos cinco años de vida –“reviso ahora la caja del primer año y me pego un tiro”, confiesa Gil- pero el boca a boca hizo el resto. Cuando Alenar asomaba la cabeza llegó la pandemia. “Fue un golpe brutal, devastador”, recuerda Jordi Gil, “pero gracias a los préstamos del ICO ‑que estamos ahora devolviendo- seguimos hoy aquí. Llegó un punto en que me dije: cerramos la paraeta o tiramos adelante. Y seguimos. Por mi y por los clientes, que eran muy felices en Alenar”.
Alenar abrió como una propuesta de valor en unas calles infestadas de franquicias en proceso de contaminar, si no lo han hecho ya, el centro de las ciudades. Esta apuesta supuso no solo la pervivencia del local sino un reconocimiento de la crítica y la prensa especializada, así como la conformación de una parroquia fiel “a una propuesta genuina basada en el producto y el recetario tradicional valenciano”. Una pata importante en la viabilidad del negocio está marcada por Aloha, un local especializado en poke: “era un concepto sencillo, tanto en restauración como en gestión, y dentro de la tendencia actual de alimentación saludable. Durante la pandemia sostuvo el negocio porque es un tipo de comida ideal para llevar”, apunta el empresario.
Jordi Gil llevaba tiempo enamorado del establecimiento ubicado en la calle Caballeros y decidió invertir en un tercer restaurante. “En mi caso manda más el corazón que la cabeza y el local tenía un potencial tremendo”, apunta. “Pensé que el concepto de wine-bar podía encontrar aquí un acomodo perfecto, pese a la escasa cultura del vino que paradójicamente existe en nuestro país, el mayor productor mundial”.
La nueva etapa de Borgia da valor al vino, al campo y a quien lo produce. El visitante puede encontrar 45 referencias de vino por copa. “Hace cinco años, cuando abrí Alenar desconocía totalmente el mundo del vino y gracias al restaurante me considero ahora un buen conocedor de los caldos del arco mediterráneo. En Alenar apostamos en su momento por los mejores vinos de la Comunitat y en Borgia ampliamos el radio a escala nacional”. La carta ha sido confeccionada con la ayuda del equipo de Voravins bajo el concepto de “un vino, una tapa”.
La carta de comida se reduce a una docena de tapas de creación, bajo la premisa de una selección cuidada de producto, con el asesoramiento de Two Many Chefs (Carlos Medina y Tomi Soriano), también responsables de la carta de Alenar. “Sabemos que no es una propuesta enfocada al gran público. Es una carrera de fondo en la que competimos con los restaurantes de los hoteles situados en el casco histórico, aunque jugamos la carta de una cierta informalidad por la concepción del local”.
Para Jordi Gil el equipo es el principio y fin del éxito (o fracaso) de un local y por ello ha decidido no innovar y recurrir de nuevo a su mano derecha en Alenar, Laura Ponte, como encargada de sala. Gil no se detiene en el nuevo local, aspira en un futuro a gestionar un pequeño hotel y quien sabe si plenamente consolidado, afrontar el reto de abrir otro establecimiento en la Marina Alta, un retorno a unos orígenes que nunca ha abandonado.
Carrer de Cavallers, 8
@borgiawinebar_vlc
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